Algo le sucede al Real Zaragoza. El equipo de Víctor Fernández volvió a perder, esta vez en La Romareda, ante otro modesto de la categoría, el Mirandés, que lo superó en todas las facetas del juego de principio a fin y, de haber estado más atinado en ataque, pudo haber hecho un roto histórico en el marcador a los zaragocistas. Finalmente, todo quedó en un maquillado 1-2 que no escondió el fracaso rotundo de los blanquillos en su posibilidad, otra, de encaramarse a la 2ª posición en la tabla. La ubicación clasificatoria todavía no denuncia lo que el fútbol sí viene adelantando hace días: el equipo de Víctor está bajo los efectos de un síncope que lo ha devaluado progresivamente en el último mes.
El primer tiempo fue una pesadilla. Un mal sueño, repleto de sudores fríos y dolores de cabeza. No es exagerado decir que, lo normal a la media hora, hubiese sido un 0-6 en el marcador. Así de crudo. Así de duro. Porque el Mirandés, que le dio un baño completo al Real Zaragoza, falló lo infallable. O mejor dicho, Cristian Álvarez mantuvo con vida a los aragoneses con paradas inverosímiles y de enorme mérito. Si Marcos André, el ariete brasileño de los burgaleses, hubiese tenido mejor noche, además del 0-1 que anotó habría marcado otros tres más. Y Guridi, al inicio del choque, hubiese perforado la portería local otro par de veces. Todas ocasiones fueron nítidas, a bocajarro, francas de gol. Pero los rojinegros solo acertaron una vez.
Este meneo, descomunal, fue fruto de un pésimo partido de los de Víctor Fernández, que parecieron siempre un equipo de Regional. Es una valoración que no cabe ser catalogada de exagerada o lacerante. Fue así. El público de La Romareda enseguida se dio cuenta. Y mezcló pitos de desaprobación (desde el minuto 20) con silencios forzados para no zaherir a los suyos más de lo que el rival ya estaba haciendo. Era increíble lo que se estaba viendo ante un adversario que ha vivido en la cola de la clasificación todo el inicio de temporada, pagando la novatada de venir de Segunda B. El Zaragoza no existió. Fue un mar de nervios, de imprecisiones, de improvisación con el balón. Inaceptable en un equipo que, ganando, se metía 2º en la tabla, en puesto de ascenso directo. Lo dicho, algo terrible de digerir.
Ya en el minuto 3, Guridi remató a quemarropa una falta volcada al área blanquilla que, como todas las de después, no fue restada por una zaga de mantequilla. Cristian Álvarez, con una mano y el pie, salvó el gol bajo palos milagrosamente. En el 8, de nuevo Guridi, entró solo en el área pequeña con todo a favor, pero se recreó tanto en el remate que dio tiempo a que se le cruzase Clemente in extremis, salvando otro tanto cantado. Y en el 17, Marcos André empezó su pernil de oportunidades cristalinas: el carioca, solo en el área, remató duro y Álvarez rechazó a dos manos el tanto que se asumía.
Después de este preámbulo que anunciaba calamidades, llegó el 0-1 para los castellanos. Marcos André fusiló en carrera, sin marcaje alguno, un centro de Merquelanz, que se había comido con patatas a un desatinado Delmás. Era el minuto 21 y la tragedia empezaba a tomar forma. Obviamente, el Mirandés (que no el Milán Dés, al que se pareció incluso en el uniforme) se lo había merecido. Y con mucho. Hubo un atisbo de reacción, con un centro al área de Limones que Kagawa, en el minuto 25, después de controlar en el segundo palo, remató fatal, fuera al lateral de la red. Impropio de un jugador de su categoría. No está el japonés en onda. Algo le ocurre.
Fue un espejismo porque el Mirandés siguió a lo suyo. Y cada vez que los Malsa, Guridi, Antonio Sánchez y Peña cogían el balón en medio campo, el peligro llegaba al área aragonesa. En el minuto 26, Marcos André, solo a bocajarro de nuevo, remató fuera un centro de Peña, adelantándose a Atienza y Clemente, dos postes de madera en los balones centrados al punto de penalti todo el tiempo. Aún se rumoreaba el desastre del equipo en la grada cuando, en el 30, otra vez Marcos André entró solo desde atrás para rematar de cabeza un centro perfecto de Peña: el balón se estrelló en el larguero con Álvarez batido y haciendo la estatua. Brutal la sensación de impotencia del zaragocismo.
Víctor Fernández mandó calentar a Blanco y Papunashvili, muestra del caos que veía sobre el césped. De ahí al descanso, el Zaragoza quiso reaccionar pero no pudo. No tenía chispa ni inspiración. Nadie existía. Ni Eguaras, ni Igbekeme, ni Guti, ni los laterales, ni Suárez, ni Soro, esta vez como delantero improvisado. El equipo era un monigote a manos del Mirandés, que controlaba todo a la perfección. Solo Luis Suárez, en el minuto 40, rondó el gol del empate, que hubiera sido totalmente injusto, pero su chut en el área lo tocó un central y se marchó a córner rozando el palo izquierdo. Lo mejor era que llegara el descanso y se pudiera hacer una trepanación global a los blanquillos. De lo contrario, la derrota estaba servida. Solo faltaba saber por cuántos goles.
En el intermedio, Papunashvili relevó a Delmás, un cambio táctico que llevó a Guti al lateral diestro. Era el primer intento de Fernández de arreglar el desaguisado monumental que había en el campo. El Zaragoza arrancó con más brios, con intención, pero sin hilvanar juego de tres cuartos en adelante. Todo muy atropellado. La noche estaba de histerias. En el minuto 53, Eguaras sacó un córner cerrado, el portero Limones falló en el despeje pero nadie entró a rematar el balón muerto en el área chica. Fue la primera opción de empatar de los zaragocistas, en un barullo, no en una jugada de cierto orden.
Fue otro espejismo, como una catedral de grande. El Mirandés, en el minuto 60, volvió a desnudar a todo el Real Zaragoza. En una contra rápida llegó en superioridad al área. Peña controló el pase de Merquelanz, miró a puerta y colocó el balón en la red, el 0-2 que apuntillaba a un equipo, el de Víctor, en estado catatónico. Ido por completo de la realidad. La gente empezó a irse del campo. Ciertamente, la cosa era difícilmente aguantable.
Al poco, el Zaragoza estuvo cerca de meterse en el partido con un chut de Luis Suárez, en una jugada aislada en el 62, que se estrelló en el palo por fuera. Se demostraba que el Mirandés tampoco era tanto como parecía, que tenía sus agujeros por donde entrar. Pero lo del equipo aragonés era, en este choque de la 12ª jornada, un esperpento absoluto. En el 66, en pleno desbarajuste y con el grupo muerto, la grada estalló en una bronca monumental tras un contragolpe mirandés que pudo haber sido el 0-3 ante la parsimonia defensiva de los blanquillos. Victor reaccionó con un doble cambio a la desesperada: quitó a un espeso Kagawa, desconocido el nipón, y a Igbekeme, al que no logra revivir nadie, y metió en danza a Linares y Ros. Por fin debutaba Linares esta temporada. Faltaban 21 minutos y el añadido. Solo una épica remontada, con componentes religiosos, podía reconducir el desastre que se estaba fraguando en La Romareda.
Y tal circunstancia pareció tomar sostén cuando, en el minuto 73, solo 4 después de los cambios, Soro anotó el 1-2 en un buen cabezazo a centro de Guti. Se volvía a demostrar que quien estaba haciendo grande al Mirandés era el propio Zaragoza. Aún había vida y el público se volcó con el equipo. Los burgaleses empezaron su serial de lesiones, subidas de gemelos y demás zarandajas para parar la reacción local. El lío fue in crescendo. Lo de siempre. El Zaragoza intentó llegar al área de todos modos posibles, pero no tenía ideas claras. Era un querer y no poder y el reloj corría como un gamo. No fue posible encerrar al Mirandés en su área. Al contrario, los rojinegros aún salieron varias veces en oleada atacante en busca del tercer gol. Valientes los de Iraola. Ambiciosos. No supo nunca el equipo de Fernández jugar esos últimos minutos.
Cuando todo ya agonizaba, Atienza bajó en el área visitante un balón colgado y remató alto, muy mal. Era la última opción de igualar la contienda de los zaragocistas. Y el partido murió. Como pareció morir toda la noche el Real Zaragoza. Un equipo roto. Colapsado en todas sus líneas. Alejado miles de kilómetros del ilusionante bloque que empezó el campeonato en agosto y septiembre. Silencio en las tribunas con el pitido final. Decepción a toneladas. Cuarto partido seguido en La Romareda sin victoria. Adiós otra vez, como el miércoles en Fuenlabrada, a meterse en la zona alta de la tabla. Y, en un análisis más amplio, preocupación honda por el descenso tremendo del rendimiento de todos. Ahora mismo, el Real Zaragoza, puede decirse con rotundidad, está descarrilado. Se ha salido de la vía. Y urge reparación inmediata para no abollar la temporada como la experiencia de años anteriores hace olisquear en el ambiente.
Ficha Técnica
Real Zaragoza: Cristian Álvarez; Delmás (Papunashvili, 46), Atienza, Clemente, Nieto; Eguaras, R. Guti, Igbekeme (Javi Ros, 69); Kagawa (Linares, 69); Soro y Luis Suárez.
CD Mirandés: Limones; Alexander González, Odei, Sergio González, Kijera; Antonio Sánchez, Guridi, Peña (Álvaro Rey, 66); Malsa; Merquelanz (Franquesa, 83) y Marcos André (Matheus, 93).
Árbitro: Trujillo Suárez (Comité Tinerfeño). Amonestó a Marcos André (42), Luis Suárez (45) y Linares (79).
Goles: 0-1, min. 21: Marcos André. 0-2, min. 60: Peña. 1-2, min. 73: Soro.
Incidencias: Noche fresca y desapacible en Zaragoza, con 16 grados, viento y humedad. El césped de La Romareda presentó un excelente aspecto. En las gradas hubo alrededor de 25.000 espectadores. Asistió al partido el alcalde de la ciudad, Jorge Azcón. Se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de Rui Trindade Jordao, internacional portugués que jugó en el Real Zaragoza en los años setenta, fallecido a los 67 años el pasado viernes
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