El Real Zaragoza volvió a perder en el segundo amistoso de pretemporada, esta vez por 1-0 en Tarragona, ante el Nástic de Segunda B. Un gol de los catalanes al borde del descanso tras un error garrafal en la defensa aragonesa decantó un duelo en el que los jugadores que dirige Rubén Baraja no lograron nunca demostrar su superior categoría y, según avanzó el partido, aumentaron la sensación de dudas alrededor de la propuesta futbolística que se deberá poner en marcha en solo 9 días, cuando la liga empiece para los zaragocistas ante Las Palmas en La Romareda.
El equipo propuesto por Baraja en campo catalán, con solo dos jugadores repitiendo en el once inicial -Nick y Papunashvili-,supuso un experimento diferente al del primer día ante el Getafe en La Romareda. Una amalgama de futbolistas nunca vista, con dos nuevos fichajes (Chavarría y Narváez), tres chicos promocionados desde el filial (Borge, Nick y Baselga), un retornado de cesión al que se quiere intentar ver algo a toda prisa (el citado Papu), la mezcla de los veteranos capitanes Zapater y Ros en la línea medular… Era difícil que de ahí surgieran maravillas. Seguramente nadie aspiraba a eso de antemano. La debilidad manifiesta del Nástic, ahora fuera del ámbito profesional, hizo que los aragoneses fueran acumulando paso a paso un amplio porcentaje de la posesión del balón, superior al 70 por ciento incluso pasada la media hora. Pero, de esas coordenadas generales, lejos de gestar peligro ante la portería de Wilfred, lo que hizo el Real Zaragoza fue aburrirse de circular de lado a lado sin apenas profundidad. Así siempre. De principio a fin del primer periodo.
Faltó siempre imaginación, iniciativas en la creación. Este es un síntoma -peligroso- que ya se vió el sábado ante el más potente Getafe. Algo que enseguida se vislumbra en cuanto se ve desenvolverse a este tierno Zaragoza actual, en plena revolución interna. Y la derivada directa de esta nebulosa mental que siempre muestran los zaragocistas con el balón en los pies en todas las líneas es la ausencia de veneno arriba. En punta, el equipo de Baraja no existe. No hay un patrón de juego claro. Es todo demasiado al tuntún, a ver qué sale. Y, para que ese mal paladar que se va amontonando en cualquier observador de los partidos preparatorios de los blanquillos (esta vez estrenando su nuevo uniforme tomate, con amarillo) termine siendo agrio, llegan los errores gruesos que cuestan goles en el sistema defensivo propio, además en minutos claves. Algo que se sufrió con enorme dolor en la recta final de la pasada liga, jugada contra natura y que acabó costando el ascenso a Primera División.
El Nástic, flojito y desaparecido con el balón en casi todos los minutos de la primera fase, logró el 1-0 en el minuto 47 del primer tiempo, en el aumento, a escasos segundos del pitido del árbitro para señalar el descanso. Algo inconcebible, repetitivo desde hace meses. Solo que antes se señalaba a Víctor Fernández como maestro en la pizarra. Ahora ya no está. Es otro el profesor. Porque, además del minuto fatídico para encajar este tipo de tantos, está la forma, el método: un córner en contra que se defiende puerilmente, con blandura, sin intensidad ni rigor en los movimientos. Pedro Martín, delantero ex del Mirandés en Segunda años atrás, metió el balón en la red de Ratón solo en el segundo palo tras un centro de Bonilla que fue peinado antes por un jugador del Nástic. La defensa zaragocista fue una escena del Belén de Navidad. Todos colocaditos, pero quietos mirando al horizonte. Y, claro, los del Nástic, a pelota detenida, sacaron el mayor provecho que ofrece el fútbol a los equipos inferiores de antemano.
En toda la primera mitad, el Real Zaragoza solo hizo un disparo a portería: Papunashvili, en el minuto 42, ya muy al final, lo hizo raso, flojo, mal, a las manos de Wilfred desde fuera del área. Qué poca cosecha para tanto dominio estéril. Los locales, mientras tanto, metidos atrás siempre, viéndolas venir sin presión (que no haya público ayuda al débil en estos casos), aprovecharon errores en los pases en la medular, a veces de Zapater, a veces de Chavarría, a veces de Ros, para lanzar diagonales largas al espacio que en dos ocasiones generaron peligro en la portería aragonesa. En el minuto 21, Joan Oriol culminó mal un centro de Brugué anticipándose al joven Borge. Y en el 26, Gerard Oliva remató cruzado, fuera por poco, desde el pico del área. Tenía el balón el Real Zaragoza pero quien llegaba con peligro era el Nástic. Una mala praxis futbolística, cuando se produce semejante efecto desde el punto de vista del presunto dominador.
Individualmente, poco cupo anotar en el apartado de destacados. Quizá un par de avances largos por su banda del lateral Chavarría, con malas definiciones en los centros (en uno, en el minuto 16, pudo haber penalti sobre el inédito Narváez, al que golpeó cabeza con cabeza el local Ribelles). Y poco más. Baraja se empeña en poner a Papunashvili de delantero en un 4-4-2, lejos de la banda, y eso hace menor a un jugador que hace largo tiempo que ya es poca cosa. También insistió en ubicar a Nick en rol de extremo-interior, esta vez por la derecha. No está acostumbrado el guineano a moverse fuera del círculo central. El entrenador metió a Baselga como exterior zurdo, lejos del área, un mal sitio para el goleador del filial. El cóctel salió nuevamente repelente, nada agradable a la vista del zaragocismo.
Con la amargura del 1-0 recibido en la última acción de la primera parte se dio paso al segundo acto. Se pensó que, con las sustituciones, como sucedió ante el Getafe el otro día, habría mejoría en los zaragocistas. En esta ocasión fue al revés. De la falta de solvencia de los primeros 45 minutos se pasó a un preocupante desbarajuste en los primeros 20 minutos de la reanudación. Si, en ese tramo, el Nástic hubiese metido uno, dos o hasta tres goles más, todo el mundo habría tenido que callar… porque los tuvo a mano. El Zaragoza, ya con Vigaray, Eguaras, Vuckic y Francés como refrescos, no hizo suelo en ningún momento. Y el Nástic, también remodelado con media docena de sustituciones ejecutadas por Toni Seligrat, su preparador, rozó el gol en el minuto 48, con un remate en el segundo palo fallido de Ribelles en otro córner gemelo al del gol. Y repitió en el 51, con Guíu rematando a placer, solo en el área, un centro del veloz Ballesteros, fuera por dos palmos con Ratón batido. Y reincidió en el 58 cuando Ballesteros superó al portero zaragocista con una vaselina, en un balón procedente de un saque de puerta tarraconense peinado en medio campo, que acabó fuera del marco por centímetros. Y Miranda, en el 65, casi anotó a la salida de una falta lejana volcada por alto al área zaragocista.
La falta de contundencia defensiva, tanto atrás del todo como en la línea media del Real Zaragoza, hizo del equipo un queso gruyere. Agujeros claros con consecuencias inevitables en forma de ocasiones claras del rival, que menos mal que era el Nástic y no un equipo de superiores prestaciones. Mientras tanto, a la vez, los jugadores presumiblemente obligados a generar fútbol ofensivo y llevar balones al área del contrincante de turno, no aparecieron nunca en las filas aragonesas. Nada por aquí, nada por allá. Magia negra. Y, claro, si esto ocurre frente a un rival de Segunda B, las sensaciones de resquemor aumentan su diapasón inevitablemente. A Baraja parece que la pretemporada se le va a quedar más corta de lo que ya es. A su equipo le faltan horas y horas de hervor, tal vez mejores ingredientes y maceración para transmitir algo de calma y seducción al zaragocismo. Y de eso no va a haber en pocos días, cuando la liga se eche encima de los blanquillos.
A la hora de juego asomaron al césped Nieto, Guitián, Adrián González y los chavales Francho y Puche. Savia nueva, sangre fresca que, lejos de revitalizar al equipo, se contagiaron enseguida de la languidez de los demás. En el 74, cuando se notaba cierta desesperación entre los zaragocistas por su manifiesta incapacidad para crear la más mínima aproximación al gol ante el portero Gonzi (el suplente, al que no se le vio jamás), Adrián repitió la comisión de un penalti, como ante el Getafe. Esta vez fue en un derribo a Carbia por un mal despeje. A falta de un cuarto de hora, Ratón evitó el 2-0 parando la pena máxima a Ballesteros e impidiendo así un tanteador más amplio y doloroso.
Lejos de ser un acicate esta jugada para los muchachos del Real Zaragoza,nada cambió ni se modificó en la recta final del partido. En condiciones normales, en cualquier equipo, el final de un choque que se va perdiendo por un gol ante un rival de menor rango es una llamada a rebato instintiva. Todo el mundo sabe que hay que ir a por todas, que jugársela como sea en pos del empate, al menos. Bien, pues este Zaragoza que perdió en Tarragona en este 16 de septiembre no respondió a esos modelos. No hubo reacción como tal. El Nástic no sufrió, más allá de un córner postrero rematado por Guitián de cabeza sin ningún peligro. Como tantas veces últimamente, pareció que aunque el encuentro hubiese durado hasta las 3 de la madrugada el Real Zaragoza no hubiera anotado un solo gol, ni siquiera lo hubiera amagado.
En tiempos de pretemporada siempre gusta hablar de los fichajes, de los buenos indicios, de los cambios ilusionantes que se avecinan de cara al año siguiente. Por ahora, en estos dos primeros simulacros del Real Zaragoza ante Getafe y Nástic de Tarragona, nada de eso se ha podido hacer desde una posición analítica. Derrotas por 2-0 y 1-0 resumen estos dos duelos con fallos serios en defensa y, claro está, con ceguera absoluta ante la portería de en frente y ausencia de ideas futbolísticas que lleven el balón a los puntas con cierta soltura y plasticidad. El sábado, ante el Girona en La Romareda, tercera y última oportunidad para cambiar esta tendencia. Una visión que no admite demasiados puntos de vista distintos ni sujetaría debates de hondura como subterfugio para el actual equipo de Baraja. El otro día se dijo que el Zaragoza está inmaduro, verde. Hoy se puede añadir que, asimismo, se muestra escaso.
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