Lo mandó construir el Rey Fernando el Católico a finales del siglo XV, una vez superadas las luchas por la posesión del Reino de Nápoles, la terrible peste de 1348 y el terremoto de 1456, cuando esas orillas del Mar Adriático pertenecían a la Corona de Aragón.
Se dice que Fernando devolvió la felicidad a la región de Apulia, que después pasó a manos de los venecianos, los austrias, los borbones… y ahora, baloncestísticamente hablando, es dominada por los norteamericanos. El Happy Casa Brindisi se presentó ayer en Zaragoza con John Brown, Kelvin Martin, Darius Thompson y Tyler Stone -faltaba la gran estrella Adrian Banks por motivos personales- como estiletes del deporte moderno.
Fuertes, atléticos, dinámicos y veloces, muy veloces, en busca de las transiciones rápidas que, imaginariamente, acercaban el tacón de la bota italiana al corazón del Ebro. El arranque de partido (25-17 en el primer cuarto), con un festival de triples del Casademont Zaragoza, pronto se convirtió en un correcalles que benefició al cuadro visitante.
El dinamismo del cuarteto de actores americanos, con el descaro de un largo recorrido múltiples y variopintos bloques de Europa, iba acompañado del carácter de sus férreos guardianes italianos. El baloncesto de Raphael Gaspardo, Alessandro Zanelli, Luca Campogrande y el duro Antonio Ianuzzi nada tuvo que ver con el que desplegaban sus compatriotas de los 70 y 80.
Más allá de algunas pequeñas grescas y disputas sin mayor trascendencia, el juego de aquellos equipos aguerridos (Pallacanestro Cantú o Banco di Roma, por poner dos ejemplos) que asustaban en el Viejo Continente cedió ante el estilo NBA, ante el método americano, al fin y al cabo. Y así, el Happy Casa Brindisi llegó a ir recortando distancias antes del descanso y en el inicio del tercer cuarto, cuando el acierto desde la línea de 6,25 metros, con Zanelli y Campogrande como principales ejecutores, llegó a meterles en la lucha por el partido antes del descanso.
Ennis resurge
Ya en la segunda parte, el encuentro prosiguió por idénticos derroteros, con transiciones rápidas y atrevimiento en el lanzamiento desde cualquier posición del campo. Brindisi creció entre ese reparto de puntos desacertado, temerario, al tiempo que nuestros americanos -Dennis Jerome Seeley y, sobre todo, Dylan Ennis- sucumbían al guión desarrollado -o más bien no- por los técnicos Porfirio Fisac y Francesco Vitucci.
El pésimo porcentaje de acierto (dos de 18 intentos en tiros de campo) del canadiense en los 40 minutos de juego que precedieron a la prórroga habla por sí solo. Pero el añadido fue otra cosa. Con una docena de puntos en 10 minutos extra de infarto, el base-escolta nacido en Toronto aplastó a su rival, volviendo a enaltecer el baloncesto fugaz, resolutivo. De un plumazo, el excéntrico y talentoso Dylan Ennis robó la alegría del Happy Casa Brindisi. Permutó la sonrisa en un territorio, el de Fernando, en el que hoy reinan los americanos.
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