Caesaraugusta (Siglo IV d.c.)
Antigüedad tardía (284 - 408 d. C.)
Tras llegar al poder, Diocleciano (284-305) reformó el Estado y el sistema político romano, que había sufrido una prolongada crisis que amenazaba la unidad del Imperio desde tiempos de Marco Aurelio (161-180), facilitando las incursiones bárbaras. Diocleciano repartió las responsabilidades de gobierno entre los tetrarcas, de los que correspondían a Occidente Maximiano y Constancio, quedando Hispania, África e Italia, y con ellas Caesaraugusta, en manos de Maximiano. La ciudad quedó a partir de ese momento al margen de las maniobras de Diocleciano para recuperar el poder y, a su muerte, el gobierno de Hispania pasó a los siguientes emperadores.
A falta de información directa, es de suponer que la ciudad seguía estando desmilitarizada, recayendo la defensa de las murallas en caso de ataque en la milicia local y sobre todo en la collegia iuvenum, un cuerpo formado por los hijos de las clases altas. Los campesinos cercanos a la ciudad se refugiaban dentro de las murallas; aquellos más alejados debían confiar su defensa en pequeñas tropas acantonadas en torres de vigilancia distribuidas de forma regular en las vías. Grandes terratenientes podían disponer de su propio ejército privado, formado por esclavos y siervos.
Dentro de las reformas administrativas iniciadas por Diocleciano, la Hispania Citerior fue divida en tres: Gallaecia, Tarraconense y Cartaginense, con praeses perfectissimus, todas parte de la Diocesis Hispaniarum, con capital en Mérida. Caesaraugusta continuó perteneciendo a la provincia Tarraconense, gobernada por un praeses con sede en Tarragona, desapareciendo el antiguo convento cesaraugustano.
Habitualmente, el siglo IV es analizado desde el punto de vista de la decadencia del Imperio: la presión fiscal sobre los curiales, la huida de la aristocracia fundiaria a sus fincas rurales y la crisis económica habrían provocado la decadencia o la ruina de las ciudades tardorromanas. En el caso de Caesaraugusta, la arqueología ha sacado a la luz la decadencia del conjunto termal de San Juan y San Pedro a mediados del siglo IV. Las termas sufrieron un expolio de materiales nobles y un abandono tan radical que se encontraron los restos de un adolescente en el suelo del frigidarium. Otros signos de las dificultades de mediados del siglo IV son el abandono de una domus en la calle Torrenueva 6, que mostraba huellas de fuego en el mosaico, indicando un mal uso de la vivienda, la destrucción de las termas domésticas de la cale Ossaú y el abandono definitivo del teatro, a lo que no debió ser ajena la extensión del cristianismo, que no veía con buenos ojos este espectáculo pagano.
Sin embargo, la decadencia no parece haber sido importante en el caso de Zaragoza. La arqueología muestra la existencia de grandes casas lujosas, una importación de productos exclusivos de Roma y el sur de Francia y un activo comercio con el norte de África. La principal fuente del siglo IV, Paulino de Nola, cuya esposa Therasia tenía posesiones en Zaragoza, Tarragona y Barcelona, cuenta que él mismo habita en Caesaraugusta, entre otras localidades, y alaba su extenso territorio y sus murallas. En el año 379 se celebró un concilio en la ciudad, que indica que había capacidad para recibir a los obispos y sus séquitos. De hecho, hacia finales del siglo IV, Zaragoza y Barcelona comenzaron a incrementar su importancia frente a Tarragona. Se tienen noticias de unos juegos circenses en Caesaraugusta en el año 504, señal de que los curiales todavía seguían cumpliendo sus funciones en esa fecha tan tardía.
Administración bajoimperial
Tomando como modelo la ciudad norteafricana de Timgad, se puede reconstruir aproximadamente el gobierno local: curia o senado, magistrados y populus. Existirían aproximadamente un centenar de curiales, de los que una minoría eran honorati exentos de munera, cargas impositivas, clasificados en orden descendente en clarissimi, de rango senatorial, los perfectissimi, desde el año 326 distintos de los equites, y los sacerdotales, antiguos sacerdotes. Por debajo se encuentran los decuriones, también pertenecientes a la curia, aristócratas hereditarios locales a partir del siglo III; los hijos de un decurión accedían al ordo al emanciparse a los 25 años, pero se les exigía un censo fundiario para garantizar el cumplimiento de las cargas financieras. Los magistrados y decuriones inicialmente realizaban sus servicios a la ciudad de forma voluntaria, como contraprestación al poder y prestigio del cargo; pero desde tiempos severianos este ejercicio voluntario fue codificándose en forma de munera obligatorios. Entre los servicios prestados a la ciudad, a parte del pago de la summa honoraria al asumir el cargo, los oficiales debían organizar juegos, mantener los baños públicos, supervisar la traída y evacuación del agua, representar oficialmente la ciudad, controlar y supervisar la conservación y construcción de rutas, puentes, acueductos, edificios públicos y murallas y vigilar los precios del marcado, entre otras actividades.
El jefe de los magistrados era el curator ciuitatis que se elegía por un año entre los curiales o a partir de 363 por el consejo ciudadano con los demás magistrados. Las funciones del curator eran vigilar la gestión financiera, el registro de los acta, la ejecución de trabajos públicos, el aprovisionamiento, el control de precios, encargado de la policía y la instrucción de algunos asuntos menores; los duouiri, los demás magistrados, ediles y cuestores, le estaban subordinados.
El territorium o territorio rural que dependía administrativamente de Caesaraugusta es desconocido. En él se encontraban los terrenos de los curiales, las villas rústicas, los vici o aldeas dependientes, los pagi o lugares menores y las tierras comunales. El arrendamiento y explotación de estas últimas iban a las arcas municipales hasta el cambio de legislación, que transfirió dos tercios de la propiedad al tesoro imperial. La extensión puede suponerse considerable, si se tiene en cuenta que no hay ciudades cercanas de importancia y la aglomeración de villas rusticas en los alrededores de la ciudad.
La llegada del cristianismo
Dieciocho mártires guarda nuestro pueblo en un solo sepulcro; a la ciudad que ha cabido tamaña gloria la llamamos Zaragoza.
Prudencio, Peristephanon, traducción de J. Guillén
La primera noticia del cristianismo en Caesaraugusta aparece en una carta de Cipriano, obispo de Cartago, fechada en el año 254, en la que menciona a Félix de Caesaraugusta, fidei cultor ac defensor veritatis.
Pero fue Prudencio quien dejó el testimonio más extenso en su carmen Peristephanon de principios del siglo V. En él habla de los Innumerables Mártires, en realidad 18 —Optato, Luperco, Suceso, Marcial, Urbano, Quintiliano, Julia, Publio, Frontón, Félix, Ceciliano, Evencio, Primitivo, Apodemo y cuatro Saturninos—, además de Engracia, Valero y Vicente y Cayo y Clemente, estos últimos confesores que no fueron muertos. Los primeros, los mártires de Zaragoza, y Engracia parece que murieron en la persecución de Valeriano (200-260) de 257 y 258, aunque el dato no es seguro. Valero, obispo de Zaragoza, y Vicente, su diácono, fueron deportados hacia los años 303 a 305 a Valencia por Maximiano (250-310), donde fueron torturados, muriendo Vicente. Valero, que todavía asistió al concilio de Iliberis hacia el 306,[15] pertenecía a la domus infulata de los Valerios, una dinastía de obispos ceasaraugustanos llamados Valero/Valerio, lo que demuestra que Zaragoza ya era sede episcopal desde mediados del siglo III. Existen indicios de que santa Engracia y los mártires habrían sido enterrados en un pequeño edificio dedicado a su culto, un Martyrium, al que podría pertenecer un mosaico del siglo IV con simbología cristiana conservado en el Museo de Zaragoza.
En el año 311 Galerio (260–311) publicó el edicto que legaliza oficialmente a la iglesia cristiana y a partir del 313, el cristianismo obtuvo una posición de privilegio frente a la religión tradicional. Esto permitió la realización de una serie de concilios, como el ya mencionado de Iliberis, en los que la iglesia depuró y eliminó una serie de herejías. Al concilio de Arles fueron enviados en el año 314 Rufino y Clemencio. En 343, Casto, obispo de Zaragoza, fue convocado a Serdica (actual Sofía, Bulgaria) para combatir el arrianismo. También se realizaron concilios en Zaragoza, siendo el primero en 380 dedicado a la lucha contra el priscilianismo.
De entre el año 330 y 350 d. C. se han conservado dos sarcófagos paleocristianos, que se conservan en la iglesia basílica de Santa Engracia. Posiblemente provengan de una necrópolis que se encontraba en el área de Santa Engracia y la plaza de los Sitios relacionada con el Martyrium mencionado anteriormente. Ambos son de mármol esculpido en Roma y traídos en barco, lo que indica la existencia de cristianos con suficientes recursos. El primero, llamado de la Asunción o de la receptio animae, muestra diversas escenas bíblicas, como la creación de Adán y Eva, la curación de la hemorroísa, la orante entre dos apóstoles, la receptio animae, la curación del ciego, las bodas de Caná y el Pecado Original. El segundo sarcófago, llamado habitualmente de la trilogía Petrina, muestra el milagro de la fuente, el arresto de Pedro, la escena del gallo, la curación del ciego, la conversión de agua en vino, la multiplicación de los panes y los peces y la resurrección de Lázaro.
Además de la ya mencionada basílica-iglesia de Santa Engracia, que se encontraba en el mismo lugar que el edificio actual, es posible que hubiese otras dos basílicas iglesias en la ciudad. La primera, la de Santa María, en el lugar en el que se encuentra actualmente la Basílica del Pilar; la segunda, la de San Millán, en los terrenos del antiguo teatro romano. También se ha especulado sobre la existencia de una tercera basílica-iglesia en la necrópolis occidental, identificándola con la de San Félix. Es de señalar que se han encontrado los restos del templo del foro debajo de la catedral de la Seo, lo que indica una continuidad del culto desde época romana, pasando por la mezquita mayor de Saraqusta y por la catedral cristiana moderna, aunque no se han encontrado pruebas arqueológicas de la existencia de un templo cristiano romano o visgótico en el lugar.
En 380 Teodosio (346–395), con el edicto de Tesalónica, nombraba el cristianismo religión oficial y única del Imperio.
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