San Valero y el Angel Custodio
San Valero y el Ángel, una relación difícil
La puerta del Ayuntamiento está flanqueada por las estatuas de San Valero y el Ángel Custodio. El motivo da pie al autor, Juan Marín, a evocar un diálogo sobre la historia y la actualidad, mientras sopla el cierzo.
En esta fría mañana de enero, muy pocas personas transitan por la plaza del Pilar: una familia de Sabadell, un grupo de ingenieros gallegos, asistentes a un congreso, y algún solitario despistado. Todo parece tranquilo. Parece, pero no es así: en la puerta principal del Ayuntamiento de Zaragoza, San Valero y el Ángel Custodio de la Ciudad van a iniciar una de sus acostumbradas discusiones. Que no se llevan bien, que entre ellos dos hay sus más y sus menos, es cosa sabida. Uno de los policías locales que vigilan la entrada me comenta, un poco harto, que siempre están de pique: "Parecen críos, créame."
Una ráfaga de viento le mueve la mitra a San Valero: "¡Dichoso cierzo! ¡Qué frío hace siempre en esta plaza! Y yo ya no tengo edad para estar tanto rato de pie, en plan estatua viviente. Preferiría estar en Barcelona, en las Ramblas; es más distraído y el clima es más suave." En vez de callarse, que es lo que tenía que hacer, el Ángel, se pone a pinchar: "Hombre, cómo no, ya te estás quejando. ¿Pero de qué te quejas, si vives como un obispo? Como residencia permanente, tienes la catedral románica de Roda de Isábena, en el mejor de los paisajes; para los fines de semana, está a tu disposición la bonita iglesia de Enate, que dedicaste a SanVicente, a orillas del Cinca, rodeada de viñedos…" San Valero le interrumpe: "Pensar que estaba yo en Roda y no me enteré del robo de la silla de San Ramón. Aquel Erik 'el belga' era un ladrón muy profesional, no hizo ni un ruido. Y yo tengo un sueño muy profundo, tengo que reconocer." Pero el Ángel no ha terminado de hablar: "Y si se visita La Seo (o la catedral de San Salvador, como te gusta decir a ti) se puede comprobar que no tienes de qué lamentarte. Hay un busto relicario en el Altar Mayor, con tu cráneo dentro, todo en plata…" San Valero protesta: "Sí, pero la cara del busto no es la mía, que es la del Papa Luna; esa impostura me ha dolido mucho siempre". "¡Pero mira que eres tiquismiquis! ¡Qué más dará lo de la cara! ¿Y qué me dices del esplendor de tu capilla? Tú, en el centro, entre columnas salomónicas y con un diácono a cada lado: San Lorenzo a tu derecha y San Vicente a tu izquierda…" En este momento, San Valero se pone muy serio, con la mirada acuosa y perdida.
"Oye, ¡no me nombres a Vicente, por favor! A pesar de haber pasado casi 1.700 años, todavía no he podido quitarme este sentimiento de culpa por todo lo que le pasó. Pobre Vicente, era tan brillante en todo, tan responsable… Como yo era muy tartamudo, él se consideraba en la obligación de interpretar mis palabras en los sermones, de hablar por mí. Entonces, a principios del siglo IV, sin prensa ni radio ni nada, la elocuencia era muy importante para extender la doctrina. Vicente era un orador ardoroso, que convencía. Cuando se desató aquella furia contra los cristianos bajo el emperador Diocleciano y nos detuvieron, el gobernador Daciano, aquel mal hombre, la tomó con él en los interrogatorios y le torturó hasta morir. Tuvo un martirio atroz, y todo por contestar en mi nombre, por mi culpa."
Hay un largo silencio. En ese momento una mujer se acerca al santo y le pide que interceda por ella en su banco, que le van a quitar el piso, que ella y su marido están en el paro, que deben cuatro meses de hipoteca. Cuando se va, San Valero suspira con desaliento: "No creo que pueda hacer nada. La banca es muy laica, si lo sabré yo. Así, como el de ella, me llegan casos todos los días y me veo impotente en estas situaciones."
El Ángel sigue pensativo: "¿Qué te crees, Valero, que yo no me siento culpable a veces de que las cosas no salgan bien? Mi obligación es proteger la ciudad de plagas y catástrofes pero no he podido evitar las subidas exageradas de tributos municipales ni el botellón ni la suciedad constante. Además, tengo a mi cargo a 715.000 ángeles de la guarda y no sabes lo que es organizar tanta tropa. La semana pasada murieron atropellados tres peatones. Y es que los ángeles jóvenes, los nuevos que se incorporan, no están a lo que hay que estar; van siempre despistados, con los auriculares puestos, escuchando su música". San Valero, que es un melómano, le interrumpe: "Escuchando a Haendel, a Bach, a Monteverdi. ¡Déjales que lo hagan, son jóvenes!" El Ángel se ríe: "Ya, a Haendel. Ni saben quién es. Escuchan a Nena Daconte, a U2, a Melendi… y luego pasa lo que pasa."
San Valero pone cara de no entender y cambia de tema: "Oye, Custodio, ¿te has creído eso de que Antonio López va a pintar una cúpula del Pilar?" "Ojalá. Ese artista tiene la gracia de Dios pero no sé, los del Arzobispado siempre ponen muchas pegas a todo; fíjate lo que pasó con Jorge Gay y su proyecto. Se quedó en agua de borrajas." San Valero piensa en voz alta: "Yo creo que López me pintará a mí, al fin y al cabo soy el patrono de Zaragoza." El Ángel suelta una carcajada: "Sí, está pensando en eso, en pintarte allí arriba mientras te comes el roscón, jaja. Por cierto, Valero, las sorpresas de tus roscones cada vez son más cutres, no es por ofender."
El santo no se enfada y sonríe: "Ahora me estoy acordando de que íbamos mi diácono Vicente y yo, encadenados los dos, camino de Valencia y no podíamos más de sed y los soldados se negaban a darnos de beber. Cuando llegamos a Daroca, él dio tres golpes en el suelo con mi báculo y surgió un chorro de agua. Todavía está en ese mismo sitio, en la calle de la Gragera, el llamado pozo de San Vicente. Qué gente más maja la de Daroca, cuánto ánimo nos dieron."
"Oye, me lo has contado mil veces. A ver si cambias de prodigio," le suelta el Ángel Custodio, que siempre está un pelín celoso cuando se acerca el 29 de enero. Y eso es que no le gusta nada pasar a un segundo plano. Al fin, va a resultar que santos, ángeles y humanos… primos hermanos. Y sigue soplando el cierzo.
Una ráfaga de viento le mueve la mitra a San Valero: "¡Dichoso cierzo! ¡Qué frío hace siempre en esta plaza! Y yo ya no tengo edad para estar tanto rato de pie, en plan estatua viviente. Preferiría estar en Barcelona, en las Ramblas; es más distraído y el clima es más suave." En vez de callarse, que es lo que tenía que hacer, el Ángel, se pone a pinchar: "Hombre, cómo no, ya te estás quejando. ¿Pero de qué te quejas, si vives como un obispo? Como residencia permanente, tienes la catedral románica de Roda de Isábena, en el mejor de los paisajes; para los fines de semana, está a tu disposición la bonita iglesia de Enate, que dedicaste a SanVicente, a orillas del Cinca, rodeada de viñedos…" San Valero le interrumpe: "Pensar que estaba yo en Roda y no me enteré del robo de la silla de San Ramón. Aquel Erik 'el belga' era un ladrón muy profesional, no hizo ni un ruido. Y yo tengo un sueño muy profundo, tengo que reconocer." Pero el Ángel no ha terminado de hablar: "Y si se visita La Seo (o la catedral de San Salvador, como te gusta decir a ti) se puede comprobar que no tienes de qué lamentarte. Hay un busto relicario en el Altar Mayor, con tu cráneo dentro, todo en plata…" San Valero protesta: "Sí, pero la cara del busto no es la mía, que es la del Papa Luna; esa impostura me ha dolido mucho siempre". "¡Pero mira que eres tiquismiquis! ¡Qué más dará lo de la cara! ¿Y qué me dices del esplendor de tu capilla? Tú, en el centro, entre columnas salomónicas y con un diácono a cada lado: San Lorenzo a tu derecha y San Vicente a tu izquierda…" En este momento, San Valero se pone muy serio, con la mirada acuosa y perdida.
"Oye, ¡no me nombres a Vicente, por favor! A pesar de haber pasado casi 1.700 años, todavía no he podido quitarme este sentimiento de culpa por todo lo que le pasó. Pobre Vicente, era tan brillante en todo, tan responsable… Como yo era muy tartamudo, él se consideraba en la obligación de interpretar mis palabras en los sermones, de hablar por mí. Entonces, a principios del siglo IV, sin prensa ni radio ni nada, la elocuencia era muy importante para extender la doctrina. Vicente era un orador ardoroso, que convencía. Cuando se desató aquella furia contra los cristianos bajo el emperador Diocleciano y nos detuvieron, el gobernador Daciano, aquel mal hombre, la tomó con él en los interrogatorios y le torturó hasta morir. Tuvo un martirio atroz, y todo por contestar en mi nombre, por mi culpa."
Hay un largo silencio. En ese momento una mujer se acerca al santo y le pide que interceda por ella en su banco, que le van a quitar el piso, que ella y su marido están en el paro, que deben cuatro meses de hipoteca. Cuando se va, San Valero suspira con desaliento: "No creo que pueda hacer nada. La banca es muy laica, si lo sabré yo. Así, como el de ella, me llegan casos todos los días y me veo impotente en estas situaciones."
El Ángel sigue pensativo: "¿Qué te crees, Valero, que yo no me siento culpable a veces de que las cosas no salgan bien? Mi obligación es proteger la ciudad de plagas y catástrofes pero no he podido evitar las subidas exageradas de tributos municipales ni el botellón ni la suciedad constante. Además, tengo a mi cargo a 715.000 ángeles de la guarda y no sabes lo que es organizar tanta tropa. La semana pasada murieron atropellados tres peatones. Y es que los ángeles jóvenes, los nuevos que se incorporan, no están a lo que hay que estar; van siempre despistados, con los auriculares puestos, escuchando su música". San Valero, que es un melómano, le interrumpe: "Escuchando a Haendel, a Bach, a Monteverdi. ¡Déjales que lo hagan, son jóvenes!" El Ángel se ríe: "Ya, a Haendel. Ni saben quién es. Escuchan a Nena Daconte, a U2, a Melendi… y luego pasa lo que pasa."
San Valero pone cara de no entender y cambia de tema: "Oye, Custodio, ¿te has creído eso de que Antonio López va a pintar una cúpula del Pilar?" "Ojalá. Ese artista tiene la gracia de Dios pero no sé, los del Arzobispado siempre ponen muchas pegas a todo; fíjate lo que pasó con Jorge Gay y su proyecto. Se quedó en agua de borrajas." San Valero piensa en voz alta: "Yo creo que López me pintará a mí, al fin y al cabo soy el patrono de Zaragoza." El Ángel suelta una carcajada: "Sí, está pensando en eso, en pintarte allí arriba mientras te comes el roscón, jaja. Por cierto, Valero, las sorpresas de tus roscones cada vez son más cutres, no es por ofender."
El santo no se enfada y sonríe: "Ahora me estoy acordando de que íbamos mi diácono Vicente y yo, encadenados los dos, camino de Valencia y no podíamos más de sed y los soldados se negaban a darnos de beber. Cuando llegamos a Daroca, él dio tres golpes en el suelo con mi báculo y surgió un chorro de agua. Todavía está en ese mismo sitio, en la calle de la Gragera, el llamado pozo de San Vicente. Qué gente más maja la de Daroca, cuánto ánimo nos dieron."
"Oye, me lo has contado mil veces. A ver si cambias de prodigio," le suelta el Ángel Custodio, que siempre está un pelín celoso cuando se acerca el 29 de enero. Y eso es que no le gusta nada pasar a un segundo plano. Al fin, va a resultar que santos, ángeles y humanos… primos hermanos. Y sigue soplando el cierzo.
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