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Saraqusta (Siglo XI d.c.)

 

La Taifa Tuyibí

La guerra civil en Córdoba, a principios del siglo XI, no dejó de afectar a la región y, como en el resto de la España musulmana, el derrumbamiento de la dinastía Omeya condujo a la constitución de un estado independiente o taifa, cuya capital era Zaragoza. Esta Taifa limitaba al sur con la pequeña Taifa de Albarracín, gobernada por los Banu Razin, y que ocupaba una zona de la actual provincia de Teruel, que incluía Albarracín, la propia Teruel y llegaba hasta la actual Montalbán. Zaragoza comprendía por el oeste las ciudades de Medinaceli, Soria, Calahorra, Arnedo, Alfaro y Tudela y llegaba por el este hasta el curso del Cinca, con ciudades como Barbastro, Monzón, Fraga y Lérida, la más importante, que no siempre acató la autoridad del rey de Zaragoza.

 El inicio de la dinastía tuyibí: Mundir I

Mundir I fue el primer rey taifa de Zaragoza y comenzó a ejercer su poder en 1018 titulándose hayib, o "mayordomo de palacio", que era el rango que ostentaron Almanzor y sus descendientes, y que adoptaron los primeros reyes de taifas para significarse en su poder independiente. Quiso Mundir dar a Zaragoza categoría de gran corte, y, para ello, comenzó a remozar edificios como la mezquita aljama de Zaragoza (emplazada donde hoy está la Catedral), que fue ampliada, y a construir unas nuevas termas. Además se rodeó de secretarios-poetas entre los que destacan Ibn Darray y Said al-Bagdadi. El gobernador de la taifa de Lérida, Sulaymán ben Hud al-Musta’in (que veinte años después sería proclamado rey de Zaragoza, iniciando la dinastía hudí) en general acató su poder, aunque hubo entre ellos algunos enfrentamientos incitados por Sancho el Mayor, su mayor enemigo exterior, que incluso le arrebató algunas plazas. Para contrarrestarles, Mundir I se alió con Barcelona y Castilla, logrando mantener en paz su reino. Murió entre 1021 y 1023.

Dinar de oro acuñado en 1029 por Yahya al-Muzaffar como rey taifa de Zaragoza.

Yahya al-Muzaffar

Hacia 1022 a Mundir le sucedió Yahya al-Muzaffar, su hijo, que continuó las hostilidades contra Sancho el Mayor. Emprendió una campaña contra Nájera, logrando cautivos y botín. Se casó con la hermana de Ismaíl, rey de Toledo a partir de 1028. Fruto de este matrimonio nacería Mundir II (Mu’izz al-Dawla) que le sucedería a su muerte en 1036.

La caída de los tuyibíes: Mundir II y Abd Allah ibn Hakam

Mundir II fue el último rey taifa de la dinastía tuyibí, al morir asesinado en 1038 por su primo Abd Allah ibn Hakam, que aspiraba a ocupar el trono.

Abd Allah solo mantuvo el poder durante veintiocho días, aunque llegó a acuñar moneda a su nombre, puesto que los notables de la ciudad comenzaron pronto a conspirar contra él apoyándose en Sulaymán ben Hud, hasta entonces gobernador de Lérida, que, comprendiendo la posibilidad de obtener el reino, acudió a Zaragoza. Abd Allah fue finalmente puesto en fuga y, tras violentas agitaciones, Sulaymán ibn Hud fue proclamado rey iniciando una nueva dinastía: la de los Banu Hud.

La Taifa Hudí

La dinastía hudí, iniciada con Sulaymán ibn Hud al-Mustain I de Zaragoza, se mantuvo al frente de la taifa zaragozana durante tres cuartos de siglo, desde 1038 hasta 1110. Con los hudíes, dinastía de origen árabe arraigada en la región desde la conquista del siglo VIII, el reino de Zaragoza llegó a su máximo esplendor político y cultural.

  • El Reino de Zaragoza en época de Al-Muqtadir: (mapa).

[editar] Sulaymán ben Hud al-Musta’in. Comienzo de la dinastía hudí

Sulaymán ben Hud al-Musta’in destacó en el ejército de Almanzor y durante el periodo tuyibí estaba al frente de los gobiernos de Tudela y Lérida, solo relativamente sometido al rey de Zaragoza. En una época de disturbios y vacío de poder, el prestigio de Sulaymán en la zona hizo que fuera bien acogido en la Zuda, el alcázar del gobernador de Zaragoza, aprovechando la circunstancia para ganarse el afecto de los zaragozanos. Asumió el poder en toda la zona y se lo aseguró instalando a sus hijos como gobernadores de los distritos de Huesca, Tudela y Lérida.

Se alió con Fernando I de León para intentar extender sus territorios a zonas de la actual provincia de Guadalajara, ante la oposición de la taifa de Toledo, que buscó como aliado a García de Pamplona, siendo estos respectivos aliados cristianos hijos de Sancho el Mayor. Estas alianzas eran conseguidas a cambio de pagos anuales, por lo que tanto Toledo como Zaragoza comenzaban a pagar parias a los reinos cristianos, circunstancia esta que iría debilitando progresivamente su poderío económico, militar y político en beneficio de los reinos del norte.

El primer rey hudí de Zaragoza murió en 1047, pero ya antes comenzaron a advertirse las tendencias separatistas de sus cinco hijos, que acabaron por independizarse y acuñar moneda propia: en Lérida Yusuf al-Muzaffar, en Huesca Lubb (Lope), en Tudela Mundir, en Calatayud Muhammad y en Zaragoza Áhmad al-Muqtadir, que finalmente impondría su poder en estas guerras fratricidas.

Al-Muqtadir Billá: el esplendor político

Al-Muqtadir consiguió reunir bajo su mandato las tierras disgregadas tras el reparto de los dominios de Zaragoza entre sus hermanos hecha por su padre Sulaymán ben Hud al-Musta’in. Solo Yusuf, gobernador de Lérida, resistió durante más de treinta años los intentos de reintegración de su hermano hasta que fue hecho prisionero en 1078.

Máxima extensión de la Taifa de Zaragoza con Al-Muqtadir (1076).

Con de la anexión de la taifa de Tortosa (que ya había sido distrito de la Marca Superior) a Zaragoza en 1060, se inicia el apogeo militar político y cultural de esta, que, en la segunda mitad del siglo XI, solo tuvo igual en la Sevilla de Al-Mutamid. Sus fronteras llegaron hasta el sur de levante cuando, a partir de 1076, sumó a su dominio la taifa de Denia y obtuvo el vasallaje de Valencia, gobernada por el reyezuelo-títere impuesto por Toledo, Abu Bakr.

A pesar de ello Zaragoza siempre estuvo en una posición delicada, involucrada en interminables luchas por las tierras limítrofes de la extremadura navarra y castellana, en las zonas de influencia de Tudela y Guadalajara, y amenazada gravemente en el norte por el reino de Aragón de Ramiro I hasta 1063 y Sancho Ramírez después.

Ramiro I de Aragón intentó repetidas veces apoderarse de Barbastro y Graus, lugares estratégicos que formaban una cuña entre sus territorios. En 1063 sitió Graus, pero Al-Muqtadir en persona, al frente de un ejército que incluía un contingente de tropas castellanas al mando de Sancho el Fuerte que contaba entre sus huestes con un joven castellano llamado Rodrigo Díaz de Vivar, consiguió rechazar a los aragoneses, que perdieron en esta batalla a su rey Ramiro I. Poco duraría el éxito, pues el sucesor en el trono de Aragón, Sancho Ramírez, con la ayuda de tropas de condados francos ultrapirenaicos, tomó Barbastro en 1064 en lo que se considera una de las primeras llamadas a la cruzada.

Al año siguiente, Áhmad al-Muqtadir, reaccionó solicitando la ayuda de todo al-Ándalus, llamando a su vez a la yihad y volviendo a recuperar Barbastro en 1065. Este triunfo le permitió tomar al rey de Zaragoza el sobrenombre "Al-Muqtadir Billah" ("el poderoso gracias a Alá").

De todos modos, el reino de Aragón era una fuerza emergente y, ese mismo año de 1065, toma el castillo de Alquézar. Para oponérsele Al-Muqtadir firmó tratados en 1069 y 1073 con Sancho el de Peñalén, rey de Pamplona, por los que obtenía la ayuda navarra a cambio de parias. Sin embargo esta fructífera alianza duraría poco, pues Sancho IV de Pamplona fue asesinado en Peñalén en 1076 víctima de una conjura política urdida por sus hermanos. A su muerte Sancho Ramírez de Aragón fue proclamado también rey de Navarra y la unión de estos reinos se prolongará durante casi 60 años.

Tales conflictos obligaron tanto a Al-Muqtadir como a Yusuf de Lérida a pagar nuevas parias a sus vecinos cristianos, en especial al poderoso Alfonso VI de León y Castilla. No bastó esta política de alianzas, pues su sucesor, Al-Mutamán se hubo de servir de un mercenario castellano que había sido desterrado por su señor natural: Rodrigo Díaz de Vivar, conocido más tarde como "El Cid", que deriva del árabe andalusí "síd" (señor). Este tratamiento de respeto, que con el tiempo se convertiría en apelativo, pudo tener su origen en sus cinco años de servicio (desde 1081 hasta 1086) al frente de las tropas de la taifa de Zaragoza.[2]

En cuanto al levante, Valencia estaba gobernada por Abú Bakr de Valencia. Era un reino débil, subordinado hasta 1075 a Al-Mamún de Toledo y luego a Alfonso VI, quien ambicionaba la conquista de Toledo y Valencia. El rey de Zaragoza consideraba a Valencia un territorio estratégico importantísimo y tras obtener Tortosa (1060) y Denia (1076) decidió apoderarse de Valencia, pues era vital para conectar sus territorios. Tras la exitosa expedición a Denia, Al-Muqtadir se presentó con sus huestes para dominar Valencia. Abú Bakr salió a recibirlo y, ante el alarde zaragozano, se declaró su vasallo, con lo que Zaragoza consiguió conectar sus posesiones.

Sin embargo, para conseguir la neutralidad de Alfonso VI, Al-Muqtadir hubo de pagar parias al leonés, que ya había pensado ocupar Toledo. El plan incluía compensar a su expulso rey con la taifa de Valencia. Todo ello gravaba aún más la balanza de la política exterior de la taifa zaragozana. Por todo ello, Zaragoza no pudo ejercer su poder de hecho, y tuvo que mantener al rey-títere Abú Bakr en Valencia, estableciendo su dominio por medio de un pacto de vasallaje.[3] Hay que tener en cuenta además que una conquista militar y una ocupación directa del poder valenciano podría originar la reacción de todos los reinos, tanto cristianos como musulmanes, que aspiraban a conseguir Valencia en este difícil juego de diplomacia, recelosos del excesivo poder que acumularía Al-Muqtadir.

Patio del Palacio de La Aljafería

Más allá de la grandeza política y militar, Al-Muqtadir consiguió hacer de Zaragoza una corte sabia debido a sus amplias inquietudes artísticas y culturales. Como muestra del esplendor de su reinado mandó erigir un palacio-fortaleza, La Aljafería, en la explanada de la saría zaragozana, en la Almozara, donde se celebraban las paradas militares. "Al-yafariya" deriva de su prenombre, Al-Yafar.

Este palacio se convirtió en sede de su corte, y en sus salones se gestó un importante centro de cultura al que acudieron intelectuales y artistas de todos los puntos de al-Ándalus. Más tarde, en época de dominio almorávide, constituyó un refugio de tolerancia y mecenazgo para quienes huían del fanatismo de imames y alfaquíes, debido a su situación más septentrional y a su relativa independencia política del poder central.

Allí se dieron cita poetas, músicos, historiadores, místicos y, sobre todo, nació la más importante escuela de filosofía del islam andalusí; la primera que introdujo plenamente la filosofía de Aristóteles y la concilió con la fitna o sabiduría islámica, labor que, iniciada en Oriente por Ibn Sina (Avicena) y Al-Farabi, fue desarrollada con un criterio independiente por Ibn Bayya, el Avempace de los cristianos. La labor de Avempace fue el punto de partida de la filosofía hispano-árabe. Su pensamiento fue seguido por Ibn Rushd (Averroes) y, en la cultura hebrea, por Maimónides.

Al-Mutamán. El rey sabio

Su sucesor, Almutamán heredó de Al-Muqtadir en 1081 la parte occidental de la Taifa, que comprendía las demarcaciones de Zaragoza, Tudela, Huesca y Calatayud, quedando su hermano Mundir con la zona costera del reino (Lérida, Tortosa y Denia). Es esta la época en que está bien documentado el servicio del Cid en la corte hudí. Este había sido desterrado en 1081 de Castilla por llevar a cabo razias en territorios de la taifa de Toledo en contra de los intereses de Alfonso VI, del que Toledo era entonces tributario.

El Cid luchó al servicio de Al-Mutamán entre 1081 y 1086.

En el año 1081 el empuje del rey aragonés Sancho Ramírez era considerable, amenazando las fronteras de la taifa de Zaragoza desde el norte. Para resistirlo, Almutamán contó con los servicios de las tropas mercenarias de El Cid, que ya estuvo al servicio de Al-Muqtadir en sus últimos años de vida.

El de Vivar recibió además el encargo de reincorporar a Zaragoza los territorios orientales de su pariente Mundir de Lérida, aliado con Aragón. Los enfrentamientos en la franja fronteriza fueron constantes, pero ninguno de los dos hermanos logró reunificar el territorio paterno.

El Cid seguiría al servicio de Al-Mutamán (o Al-Mutamín) hasta 1086, momento en el que Zaragoza fue asediada por Alfonso VI. Si el Cid rompió los lazos con Al-Mutamán debido a un conflicto de intereses personal entre la defensa de Zaragoza y el servicio a su señor natural, o si fue condonado su destierro, al apreciar Alfonso la utilidad de tal caballero en su ejército, es algo que todavía no se ha dilucidado en su totalidad.

Rodrigo contuvo a los aragoneses hasta 1083, año en el que Sancho Ramírez tomó posiciones importantes de la línea de fortificaciones que protegían las ciudades de la taifa de Saraqusta, como Graus (que amenazaba Barbastro) en la zona oriental; Ayerbe, Bolea y Arascués (que ponían en peligro a Huesca), y Arguedas, que apuntaba a la conquista de Tudela.

Las relaciones de Zaragoza con su protectorado, Valencia, vasallo de Zaragoza desde 1076, se estrecharon mediante alianzas matrimoniales, casando Al-Mutamán con la hija de Abú Bakr de Valencia. Celebrados los esponsales en enero de 1085, las alianzas matrimoniales duraron poco, pues Abú Bakr moría en junio y Al-Mutamán en otoño. Esto, sumado a que Alfonso VI tomaba ese mismo año Toledo, inutilizaba el pacto de vasallaje que se había establecido con Zaragoza. Así, el reino de Zaragoza quedaba roto, sin conexión con su posesión de Denia y se interrumpía, por otro lado, el eje de comunicación natural (Zaragoza-Calatayud-Guadalajara-Toledo) con el resto de al-Ándalus.

Al-Mutamán fue asimismo un rey erudito, protector de las ciencias, de la filosofía y de las artes. Continuó la labor de su padre, Al-Muqtadir, de crear una corte de sabios que tenía como marco el bello palacio de la Aljafería, llamado, en esta época, el «palacio de la alegría» (Qasr al-Surur). Él mismo es un ejemplo de rey sabio. Dominaba la astronomía y la filosofía. Profundo conocedor de las matemáticas, se conserva un tratado suyo, el Libro de la perfección y de las apariciones ópticas (Kitab al-Istikmal), en el que propone demostraciones más elegantes de las que hasta entonces se conocían a complejos problemas matemáticos, además de formular por vez primera el Teorema de Giovanni Ceva.

Atauriques. Arte taifa.

Al-Mustaín II: la taifa acosada

A su muerte le sucede su hijo Áhmad Al-Mustaín II. Son años en los que el avance de los aragoneses Cinca abajo y en las comarcas de Huesca es ya muy importante, y a esto se suma el hecho de que el resto de las taifas, enzarzadas en guerras intestinas, y debilitadas tras la conquista de Toledo por el poderoso Alfonso VI, no podían prestarle apoyo. Ante esta situación, Al-Mutamid de Sevilla pidió a los reyes de Badajoz y Granada que se unieran a él para solicitar la intervención de Yusuf ibn Tasufin, emir de los almorávides, que acudieron en ayuda de las taifas hispanas y consiguieron vencer a la coalición de reinos cristianos, encabezados por Alfonso VI en 1086 en la batalla de Sagrajas. Esta derrota libró a Zaragoza de la presión de los cristianos por un tiempo, pues en 1086 la ciudad estaba sitiada por Alfonso VI, que tuvo que levantar el cerco para enfrentarse a los almorávides.

En 1090 el imperio almorávide reunificó las taifas como protectorados sometidos al poder central de Marrakech y destituyeron a todos los reyes de taifas excepto a Al-Mustaín, que conservó buenas relaciones con los almorávides. Gracias a ello y a que Zaragoza suponía una avanzadilla de al-Ándalus frente a los cristianos, Al-Mustain II se pudo mantener como rey independiente.

Por el norte Aragón continuaba su avance. En 1089 cayó Monzón, en 1091, Balaguer y en 1096, Huesca. Para intentar oponerse al reino de Aragón, Al-Mustaín debía pagar fuertes parias a su protector, Alfonso VI.

Al-Mustain II consiguió mantener un difícil equilibrio político entre dos fuegos, pero en 1110 fue derrotado y muerto en la batalla de Valtierra, cerca de Tudela, frente a Alfonso I el Batallador, que ya había tomado Ejea y Tauste.

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