Un retoque más en el viejo paseo imperial
Un retoque más en el viejo paseo imperial
El tranvía moderno ha irrumpido en la escena urbana del centro de Zaragoza atravesando el paseo Independencia, la entrada sur al Casco viejo, en la que será la enésima transformación de aquel Camino de Santa Engracia del que hay referencias del siglo XI. Aquel que los franceses quisieron convertir en un Paseo Imperial que llegara hasta el Ebro atravesando el casco antiguo, aunque nunca se hizo (y del que siguen quedando huellas, como los solares vallados que no se edificaron esperando que se impulsara). Aquel que fue la zona recreativa más importante de la capital durante más de un siglo hasta que, a finales de los años 50, el asfalto acabó desterrando el arbolado, el bulevar y todos los elementos que habían hecho de este vial, de 500 metros de largo por 50 de ancho, la mayor superficie de ocio esparcimiento ciudadano.
La movilidad impuso su criterio, como ahora en el siglo XXI. Porque aunque se venda que la línea Valdespartera-Parque Goya es un intento por recuperar el espacio que se le arrebató al peatón, las vías siguen siendo una cicatriz urbana en un espacio en el que el tráfico sigue presente, aunque sea con un carril. Sigue lejos de ser ese lugar al que se le llegó a denominar Salón de Santa Engracia, o el parque porque era el único que hubo hasta el siglo XX.
La historia de la actual plaza de España ha ido muy ligada a Independencia, con sus múltiples denominaciones: plaza San Francisco antes de los Sitios, Paseo Imperial con los franceses, de San Fernando con la llegada de Fernando VII, plaza Constitución en 1836, y plaza de España después de la Guerra Civil. Aunque ya daba nombre a otro espacio de la ciudad: era la actual plaza San Francisco.
Las primeras referencias datan del siglo XI, cuando en época islámica se localizaba allí, en el edificio de Puerta Cinegia, el mercado de la ciudad, que permaneció hasta que en el siglo XIII se decidió trasladarlo al lugar que ahora ocupa el Mercado Central. Era la salida sur que conducía al camino de Santa Engracia, donde se localizaba la iglesia paleocristiana que le daba nombre, y el arrabal donde se levantaban manzanas cuadradas y que quedó desocupado en 1118, con Alfonso I de rey.
A la altura de donde está ahora El Corte Inglés se quería construir una iglesia que se paralizó cuando se estaba cimentando y, en su lugar, empezaron a proliferar conventos, como el de Jerusalén o el de San Francisco, que acabó dando nombre a la plaza España. Sin embargo, fue con la llegada de los franceses cuando se le dio forma al paseo.
LA CRUZ DEL COSO Aunque antes destrozaron la Cruz del Coso, icono de la época renacentista que presidía esa plaza de San Francisco. Y después acabaron desalojando todos los conventos pasando estos a manos de los poderes públicos. Sacados los frailes, a finales de 1811, el arquitecto municipal Joaquín Asensio se pone a trabajar en el paseo Imperial que querían, para que el camino de Santa Engracia se convirtiera en una avenida que conectara con el Ebro, atravesando el casco viejo, y enlazara con el Canal, construido a finales del siglo XVIII. ¿Por qué? Para traer agua a la ciudad. Mejor dicho, al paseo Imperial.
Por eso pusieron la estatua de Neptuno presidiendo esa plaza de San Francisco y permaneció allí hasta 1904, cuando se decide poner el actual Monumento a los Mártires, con el que convivió durante dos años --curiosa coincidencia con un dios pagano--, hasta que la mandan a los depósitos municipales, luego al parque de Macanaz y finalmente, después de la Guerra Civil, al Parque Grande (considerado como cementerio de los monumentos), detrás del botánico.
Neptuno simbolizó traer la higiene a una ciudad donde no había ni una sola fuente y sus edificaciones tenían sus propios pozos ciegos. Eran los aguadores los que, con carros, abastecían a los ciudadanos (y apagaban incendios, por eso debían llevar llenos los cántaros). Aquella fuente significó tener agua al alcance de la mano. Y fue tal el cambió que dividió Zaragoza en dos ciudades diferentes, una islámica y otra francesa.
Pero la llegada de Fernando VII paralizó lo avanzado, hasta que en 1816, el arquitecto Tiburcio del Caso recoge las ideas de Asensio y empieza a pensar en un proyecto de paseo con porches, aceras y arbolado.
Años después, con las desamortizaciones, las monjas parcelan todo y se van vendiendo suelos de los conventos. El arquitecto Yarza proyecta un paseo sin porches y permite subir una planta a todos los edificios, hasta tres alturas mas la planta baja.
En 1851 se decide que las construcciones de la derecha de Independencia --donde está la CAI-- pueden llevar porches y los de la izquierda no. Y no se admitieron hasta 1883. Para entonces, la burguesía de nuevo cuño empieza a instalarse allí.
La plaza Aragón había nacido en 1841, bajo el nombre de glorieta de Pignatelli, que serviría para unir este paseo con el arbolado de Sagasta. Se empieza a edificar entre 1876 y 1877, con chalés o palacetes muy mitificados pero de poca calidad. Antes, en 1868, llegó el impulso dado con la Expo Aragonesa, que tenía allí su ubicación. La presidía la estatua de Pignatelli hasta que en 1904 fue reemplazada por el Monumento al Justicia.
El paseo Independencia recibe su denominación oficial en 1860 y para entonces ya no solo se distingue por tener agua, sino porque empiezan a llegar los cafés, el teatro Pignatelli en 1878, hoteles, baños... El agua, que no llegó a los hogares hasta 1899 y al resto de la ciudad hasta mediados del siglo XX, marcó un impulso definitivo para convertirlo en el centro recreativo por excelencia, que no comercial --era la calle Alfonso--. A mediados del siglo XX ya estaban el popular café Ambos Mundos (en el edificio actual de Hacienda), el teatro Duré, el Alhambra, o los cines Coliseo, Rex, Palafox, Goya...
En los años 20 había renacido la idea de la avenida hasta el Ebro. Su trazado desembocaba justo a las puertas del ayuntamiento y se había tenido en cuenta, incluso, para el edificio de la actual Delegación del Gobierno, cuando se proyectó entre 1850 y 1860, para hacer coincidir su fachada con la acera. Hasta hace poco tiempo, ha habido una placa que rezaba paseo de la Independencia en esa explanada.
HITOS Ya en el siglo XX, dos hitos marcan el diseño de Independencia. El cubrimiento del Huerva (entre 1916 y 1920 el tramo de Constitución a Paraíso, y en 1927 en Gran Vía) hizo que este paseo, el de Pamplona, Sagasta, Constitución y Gran Vía confluyeran en la actual plaza Paraíso. Así empezó la presión del tráfico hasta que, a finales de los años 50, llega el vandalismo institucional. El alcalde Luis Gómez Laguna decide inventar una calzada con diez carriles, vías de servicio, aparcamientos y giros a la izquierda. Le entregó al coche el Salón de Santa Engracia.
Ahora, el tranvía actual ataca ese apogeo del asfalto y trae polémica como la tuvo el que le precedió. En sus inicios, los que se quejaban eran los aguadores que criticaban la peligrosidad. Y lo era hasta sin querer, como cuando los chavales ponían piedras en las vías por si descarrilaba.
La historia reciente, con un intento fallido de aparcamiento subterráneo, incidió en esa tiranía de la movilidad. Como el diseño actual, más amable pero que quizá muchos cambiarían por ese paseo Imperial o el Salón de Santa Engracia, en el que la gente hacía más vida en la calle. Entonces por el agua y ahora, porque cualquier tiempo pasado fue mejor.
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