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Heinrich Schliemann

Heinrich Schliemann
Heinrich Schliemann, descubridor de Troya.

La vida de Heinrich Schliemann es la de un sueño aplazado pero finalmente cumplido gracias al tesón y a la fe en uno mismo. Además es una bella historia de amor, digna de cualquier novela romántica. Su nombre quedó grabado en la historia de la arqueología por ser el descubridor de la mítica ciudad de Troya. 

Heinrich nació en un pueblecillo alemán en el año 1812. Su familia era extremadamente humilde por lo que no pudiendo mantener a todos sus hijos, el pequeño Heinrich tuvo que abandonar el hogar familiar con tan solo 14 años para ganarse la vida por sus propios medios. Así entro como empleado en una tienda, donde comienza a conocer a los clásicos de Grecia y Roma a través de sus clientes, sintiéndose fascinado por las historias de la Iliada y Troya. Sin embargo, no eran más que sueños.

El sueño de Troya

Sin embargo, estos le ayudaron a dar un nuevo rumbo a su vida: cansado de permanecer en aquel empleo, se embarca rumbo a América, donde dicen que se pueden hacer grandes fortunas, sin embargo, su destino no era aquel continente, pues su barco naufragó en el canal de la Mancha y solo pudo llegar de milagro a Holanda. Un naufragó, sin familia y en país extranjero... ¿no recuerda esto a los inmigrantes que vemos por las calles?.

Pero no se rindió, y consiguió encontrar un puesto de trabajo digno en una empresa de comercio de Ámsterdam. Allí pudo demostrar su gran valía personal, ganándose la confianza de sus superiores y empezando su formación de forma autodidacta. Se descubrió muy hábil en el estudio de los idiomas, inventando él mismo un método que le permitió aprender inglés y francés en tan solo un año, luego comenzó con otros idiomas como el holandés, el italiano, e incluso el ruso. Esta habilidad era muy útil en la empresa donde trabajaba, así que cuando llegó a controlar el ruso, fue enviado como delegado comercial a San Petersburgo. Así consiguió mejorar increíblemente su posición económica, llegando a crear sus propias empresas de exportación e importación, llegando a amasar una gran fortuna. 

En efecto, se convirtió en millonario, pero el no se veía feliz, le faltaba realizar su sueño de toda la vida, descubrir la mítica ciudad de Troya. Heinrich estaba convencido que las narraciones de la Iliada podían considerarse históricas y una fuente fiable, mientras que los expertos en la materia no le daban casi credibilidad. 

Pues basándose tan solo en la Iliada, pensó buscar en una zona de la actual Turquía donde podían estar los restos. Para ello, decidió marchar a Grecia, contagiarse del espíritu antiguo y contraer matrimonio con una mujer griega que estuviera igualmente interesada e el pasado de su civilización. Así conoció Sofía, la mujer que le acompañaría en sus expediciones y en la gloria de descubrir las ruinas de la legendaria ciudad de Troya.

Cuando encontraron los restos, la comunidad científica no les creyó, puesto que los hallazgos se encontraron en una enorme superposición de niveles arqueológicos, hasta 7 pensó Schliemann. No tuvo el reconocimiento de los científicos, los cuales siempre le consideraron un aficionado, hasta que descubrió entre las ruinas el famoso tesoro de Príamo, mencionado en la Iliada.

Después de Troya, siguió excavando otras ruinas prehoméricas, como por ejemplo Micenas, Itaca o Tirinto, hasta el momento de su muerte en el año 1890, siempre acompañado por su fiel compañera Sofía. 

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