La Edad del Bronce en la Península Ibérica: periodización y cronología
La Edad del Bronce en la Península Ibérica:
periodización y cronología
La Edad del Bronce de la Península Ibérica es una de los periodos de su Protohistoria que presenta actualmente mayores problemas para su ordenación interna y su cronología relativa, lo que contrasta con la larga tradición histórica en su investigación.
En efecto, salvo para el Bronce Final, que constituye, en realidad, una fase de transición hacia el inicio del proceso de etnogénesis que caracteriza la Edad del Hierro (Almagro-Gorbea - Ruiz Zapatero (Eds.) 1992), no existe actualmente una visión de conjunto sobre la cronología relativa de las diversas áreas culturales identificables. Además, salvo para la Cultura de El Argar (Blance 1971; Schubart 1975a) y el Bronce Atlántico (Ruiz Gálvez 1984) no existen sedaciones válidas para las diversas áreas culturales. La seriación de las culturas del Suroeste (Schubart 1975), del Nordeste (Maya 1992) y de la Meseta (Delibes 1995) presenta serios problemas y, todavía más, las de otras áreas culturales como la de las Morillas, el Bronce Ibérico o el del Valle del Guadalquivir, para las que, prácticamente, aun no se ha establecido una periodización válida. En consecuencia, se comprende la inexistencia de una visión de conjunto que armonice la cronología relativa de la Edad del Bronce de la Península Ibérica basada en sus correlaciones culturales, tanto internas como externas. En efecto, tampoco son frecuentes los trabajos sobre la correlación cultural de la Península Ibérica con el resto de Europa, en especial, con otras áreas del mediterráneas y atlánticas. Este tipo de análisis, iniciado ya por Siret (1913), ha suscitado muy escasos estudios recientes, salvo en el área atlántica (MacWhite 1951; Harbison 1967; Ruiz Gálvez 1984) y, en menor medida, para El Argar (Schubart 1975), siendo muy reciente la síntesis de Maya (1992) sobre las relaciones ultrapirenaicas del Bronce del Nordeste.
Los trabajos de Cartaihac (1886) y, en especial, de los hermanos E. y L. Siret (1890) a fines del siglo pasado ya documentaron la personalidad de la Edad del Bronce de la Península Ibérica, identificada desde entonces con la Cultura de El Argar, iniciándose algunos estudios sobre su cronología relativa (Siret 1913). Los conocimientos basados en la Cultura de El Argar se extrapolaron inicialmente, a falta de datos, a toda la Península Ibérica. A mediados de siglo, Martínez Santa-Olalla (1946: 59 s.) definió la existencia de dos amplios ámbitos culturales en la Edad del Bronce de la Península Ibérica, aunque los identificó con sendos periodos culturales: el Bronce Mediterráneo (2000-1200 a.C.) y el Bronce Atlántico (1200-650 a.C.). Poco después, en el Congreso Arqueológico Nacional de Almería (1949) se establecía una secuencia tripartita teórica
del Bronce Hispano, que comprendía el Eneolítico y cuyo desarrollo correspondía al II milenio a.C.: Bronce I (= Calcolítico o Eneolítico), II (Bronce Pleno o Antiguo y Medio) y III (Bronce Final o Atlántico). Esta periodización del Congreso de Almería pronto acusó dificultades cronológicas y geográficas, aunque se mantuvo hasta los años 1960, pues el estudio de la periodización y las secuencias relativas de las culturas de la Edad del Bronce de la Península Ibérica, básico para comprender sus características, evolución y relaciones, ha sido escasamente abordado.
Tarradell (1963) delimitó la extensión real de la Cultura de El Argar limitada al SE, planteando la existencia de otras áreas diferenciadas, como el Bronce Valenciano (id. 1963). Sólo en los años 1970-1980 se ha comprendido la complejidad de la Edad del Bronce al irse identificando nuevas culturas, no siempre suficientemente bien definidas, en el País Vasco (Apellániz 1974), el Suroeste (Schubart 1975), la de las Motillas (Nájera 1984), la del Bronce Atlántico (Ruiz Gálvez 1984) o las del Nordeste (Maya 1992) o de la Meseta (Delibes 1995), etc.
Paralelamente a este proceso, se identificó definitivamente el antiguo Bronce I como Calcolítico o Eneolítico, incluyendo en él hasta el fenómeno Campaniforme. En consecuencia, la Edad del Bronce propiamente dicha o "Bronce II" de 1949 quedó delimitada a un Bronce Pleno, que englobaba el mal diferenciado Bronce Antiguo y Medio de otras secuencias europeas y un Bronce Final, que sería el equivalente al "Bronce III" de 1949, aunque en algunas áreas también se ha diferenciado una fase intermedia, el Bronce Reciente o Tardío. De este modo, actualmente, en unas áreas se usa una división cuatripartita y en otras tripartita, Bronce Antiguo, Medio, Reciente y/o Final, pero generalmente teóricas y no bien adaptadas a los datos arqueológicos reales, dificultad que explica el uso en ocasiones de términos como Bronce Pleno, Bronce Antiguo o Bronce Medio con un significado equivalente.
Esta imprecisión terminológica refleja la dificultad de organizar secuencias a partir de los pocos datos existentes, incompletos y de escasa calidad, lo que obliga a extrapolaciones de otras ares, preferentemente de la Cultura de El Argar o el Bronce
Atlántico, así como a basar toda la cronología relativa en las dataciones de C-14, en ocasiones utilizadas al límite de sus posibilidades teóricas a falta de otros datos de mejor calidad para establecer las seriaciones locales y las correlaciones interculturales, en vez de lograrlas por medio de los materiales arqueológicos. El problema se ha acentuado por revisiones excesivamente teóricos e hiperevolucionistas, más basadas en presupuestos ideológicos que en la interpretación inductiva de los datos (Lull 1983, Martínez Navarrete 1989, Nocete 1989, etc.), muchas veces más preocupadas por plantear alternativas hipercríticas respecto a las visiones tradicionales que por presentar soluciones válidas al rehuir el desarrollo y dispersión de elementos culturales, por lo que resultan muy poco útiles para precisar la secuencia relativa y las interrelaciones entre las distintas áreas culturales de la Edad del Bronce. Frente a esta tendencia, a partir de los años 1960, sólo algunos prehistoriadores, especialmente alemanes, se han ocupado de la cronología relativa, como Blance (1971), Schubart (1975), Schüle (1980), Spindler (1981), etc., casi siempre con su interés centrado más que en establecer una visión de conjunto, en una cultura, en especial la de El Argar, que en este sentido ha servido de referencia a nivel peninsular.
La falta de una buena secuencia relativa aun se nota más tras los crecientes avances en la investigación de estos últimos años (vid. supra), que han evidenciado la complejidad cultural de la Edad del Bronce en la Península Ibérica. A este hecho se añaden las graves carencias de la investigación arqueológica, como la falta de una política sistemática de excavaciones estratigráficas y de estudios tipológicos que permitan definir las áreas culturales identificadas y precisar sus características, secuencias tipológicas, límites y evolución, muchas veces desconocidos, lo que lleva a extrapolaciones basadas en áreas próximas o a interpretaciones más teóricas que basadas en datos arqueológicos.
Igualmente, faltan análisis tipológicos esenciales de elementos válidos como indicadores cronológicos, rara vez recogidos sistemáticamente y carteados para permitir precisar las áreas culturales y su cronología relativa. Pero en la Edad del Bronce, salvo las hachas (Monteagudo 1977) y las raras espadas (Almagro-Gorbea 1976) y alabardas (Schubart 1973; de Senna-Martínez 1994), se echa a faltar el análisis de otros elementos culturales, como los diversos tipos de tumbas (en pithos, en fosa, dentro o en poblado, etc.), para los que se carece de todo análisis de conjunto.
Este hecho es aun más evidente en lo que atañe a la industria ósea y las cerámicas. La importancia de estas últimas es esencial por ser el elemento arqueológico más frecuente a falta de mejores indicadores tipológicos, pero su tipología y el estudio de sus formas y asociaciones está por hacer en la mayoría de las áreas. Incluidos algunos elementos tan característicos como las cerámicas de cordones o las "queseras". Por ello, salvo algunos estilos decorativos más precisos como los campaniformes o los de Cogotas, que se identifican con el Bronce Reciente, es casi imposible su utilización cronológica antes del Bronce Final. Y este problema se ve acentuado por la escasez de objetos de bronce, cuya secuencia tipológica, salvo en las áreas atlánticas, resulta en la mayor parte de los objetos poco precisa antes del Bronce Final.
Sólo de este modo se explica la dificultad existente para poder precisar cambios culturales significativos en muchas áreas culturales durante gran parte de la Edad del Bronce, lo que ha llevado a basar su cronología exclusivamente en análisis de C-14, utilizando incluso fechas aisladas de interpretación incierta a fin de evitar los estudios tipológicos y estratigráficos para precisar la cronología relativa, hecho que supone un círculo vicioso que explica la falta de estudios de conjunto y de visiones de síntesis.
Esta situación de hecho, agravada por el hiperevolucionismo de esos años que ha despreciado de hecho analizar los contactos externos, aun los más evidentes, a veces justificándose en razones epistemológicas o ideológicas, explica que en estos 20 últimos años a penas se puedan señalar para la Edad del Bronce algunas visiones de conjunto válidas construidas sobre secuencias locales y correlaciones externas y, en consecuencia, las carencias de la visión aquí planteada. En consecuencia, la periodización de la Edad del Bronce de la Península Ibérica aquí propuesta resulta aun muy teórica en muchas regiones.
Dada la dificultad de definir el inicio de la Edad del Bronce, de acuerdo con la visión más generalizada, se puede considerar que la Edad del Bronce arranca tras la desaparición del substrato Campaniforme generalizado por todas las áreas de la Península Ibérica (Harrison 1977; id. 1980), que constituye un seguro horizonte delimitador precisado por sus distintos estilos cerámicos (AOC, Marítimo, Ciempozuelos, Palmela, Carmona, Salomó, Silos, Dornajos, etc.), al que se asocia su metalurgia de puñales de lengüeta y puntas de Palmela, botones en V, brazaletes de arquero, etc. y el enterramiento individual, elementos culturales que en muchas áreas pasan a la fase inicial de la Edad del Bronce.
Las síntesis de Harrison (1980), han permitido señalar en la Península Ibérica dos fases principales en la dispersión del vaso campaniforme, que corresponden a áreas diversas y a estilos diferenciados, aunque una y otra ofrecen gran interés para identificar correlaciones cronológicas. La fase inicial la representa el campaniforme Marítimo y sus derivaciones, de muy amplia dispersión peninsular (Harrison 1980: f. 6). Al margen de éste, destaca el estilo decorativo con cuerda y peine (cord and comb), cuya distribución se limita al NE peninsular, aunque llega hasta Entretérminos, Madrid, en su punto más occidental. Este tipo puede considerarse llegado a través de los Pirineos Orientales desde el Languedoc, pues se relaciona con el inicio del campaniforme en el Este y Mediodía de Francia, seguramente llegado por el valle del Ródano, junto a los AOO (All Over Ornamented) y los AOC (All-over-Corded) (Harrison 1980: f. 5). Sólo en la Cueva Filomena (Castellón) aparecen campaniformes Cordados junto a Marítimos y AOC, pues en Portugal y Andalucía sólo aparece el tipo Marítimo.
En Portugal, en los yacimientos fortificados de tipo Vila Nova de San Pedro, como Pedra de Ouro, Penha Verde o Zambujal, así como en las sepulturas colectivas de tipo tholos, como Paia das Maças y Palmela, el campaniforme Marítimo aparece en la última fase en estrecha asociación con vasos seguramente de producción local asociados a oro, botones de tortuga (Pai Mogo) y puñales de lengüeta. Aunque se usa cobre arsenical, también aparece el bronce en algunas puntas de Palmela. Paulatinamente el estilo Marítimo evolucionó hacia el campaniforme de tipo Palmela, que representa la fase final.
Los cuencos predominan sobre los vasos campaniformes y su decoración es incisa, en banda alrededor del borde externo, apareciendo finalmente formas carenadas, como en Ciempozuelos, y vasos sobre pie así como grandes vasos de almacén decorados con estilo campaniforme, como el de Carmona, en Andalucía Occidental (Harrison 1974: 17 s. y 22 s.). Se asocian a botones de tortuga (S. Pedro de Estoril), puntas de Palmela, raras muñequeras (una de oro de Agua Branca, con paralelos británicos, cf. Harrison 1980: f. 96) y algunas hachas planas y alabardas (Grutas de Alcobaça, Leiría), que señalan la transición al Bronce Antiguo.
El estilo Marítimo también aparece en el NW en pequeñas sepulturas megalíticas y la perduración de la metalurgia campaniforme constituye el horizonte de Montelavar-Atios, que marca, igualmente, el inicio del Bronce Antiguo en Galicia.
A su vez, por todo el centro, levante y mediodía peninsulares, el estilo campaniforme más característico es el Ciempozuelos. Sin embargo, en la parte oriental de la Meseta Norte, el grupo de Silos puede considerarse también epi-campaniforme tardío, como en la parte oriental de la Submeseta Meridional, el "Grupo de Dornajos" (Poyatos et al. 1988) que pudiera relacionarse con cerámicas impresas del Bronce Valenciano, como Muntanya Asolada (Martí 1983) o el Castillejo de los Moros (Fletcher – Alcácer 1958), mientras que en Cataluña otro grupo campaniforme local, también tardío, se conoce como tipo Salomó (Harrison 1974: 20 s.).
A su vez, este análisis de la cronología relativa de la Edad del Bronce en la Península Ibérica finaliza en el Bronce Final, cuyo desarrollo cultural y relaciones internas y externas resultan mejor conocidas y presentan ya una problemática distinta, por representar el inicio de los procesos de etnogénesis que caracterizan la Edad del Hierro y las culturas prerromanas (Almagro-Gorbea – Ruiz Zapatero (Eds.) 1992).
Como base de partida de esta periodización se ha tomado la síntesis de Ruiz Gálvez (1984), que ofrece un primer análisis de conjunto de las diversas áreas culturales hasta entonces documentadas, aunque con una visión en la que sólo se diferencia un Bronce Pleno (equivalente al Antiguo-Medio de Europa Occidental) y un Bronce Tardío (id., 340). Esta división, que coincide con la de Early and Late Bronze Age planteada años antes por Savory (1968), es válida para comprender el desarrollo general de la Edad del Bronce en la Península Ibérica, pero los datos actuales exigen una periodización más precisa de las áreas culturales para permitir su correlación mutua, que se ha obtenido de las diferentes secuencias locales. Pero en la Edad del Bronce de la Península Ibérica se usa una división cuatripartita (Bronce Antiguo, B. Medio, B. Tardío o Reciente y B. Final) en unas áreas y, en otras, una tripartita (Bronce Antiguo, B. Medio, B. Final), lo que dificulta su equiparación. Además, unas y otras son teóricas en la mayor parte de las áreas y, por ello, se adaptan a veces con dificultad a los datos arqueológicos.
Pero también es esencial valorar la compleja articulación interna que ofrece La Edad del Bronce en la Península Ibérica corno consecuencia de fuertes diferencias geográficas internas y de su situación en el extremo Suroeste de Europa, entre el Mediterráneo y el Atlántico. Esta situación explica las diversas corrientes culturales que afectan de diverso modo a las distintas áreas culturales de la Península Ibérica contribuyendo a su diversificación (Almagro-Gorbea 1986). Una atlántica, afecta especialmente a las áreas occidentales y a la Meseta, pero también alcanza prácticamente toda Andalucía; otra mediterránea, característica de las regiones levantinas, llega hasta el Atlántico meridional; una tercera ultrapirenaica, es evidente en el Nordeste, especialmente al Norte del Ebro.
Teniendo en cuenta el substrato calcolítico y los influjos de las corrientes señaladas, cabe diferenciar 9 áreas culturales principales, que en gran parte coinciden con las señaladas en estudios previos (Ruiz Gálvez 1984; Vega Fernández – Hernando 1995):
1, El Bronce Atlántico;
2, La Meseta Norte;
3, La Meseta Sur;
4, El Bronce del Suroeste;
5, Andalucía Occidental (Bronce del Bajo Guadalquivir y de la Campiña);
6, El Sureste (Cultura de El Argar);
7, El Levante (Bronce Valenciano o Ibérico);
8, El Bronce del Noreste;
9, El Área cántabro-pirenaica.
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