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Antonio Burillo en Helios

Antonio Burillo en Helios

Antonio Burillo en Helios 1959 

En 1944 el equipo de baloncesto de Helios se proclama campeón de Aragón, venciendo a adversarios tan potentes como el S.E.U. y la U.D. Huesca. En el Campeonato de España cae derrotado dignamente ante el potente Layetano.

Antonio Burillo fue un gran deportista que cuando se retiró de la natación se dedicó al baloncesto, siendo un destacado jugador.

ANFITRION DE LA FASE FINAL DE COPA

En mayo de 1958 se acomete la instalación de cuatro focos, de 1.000 watios cada uno, en la pista de baloncesto para poder celebrar partidos nocturnos. Esta mejora resulta imprescindible pues, un mes más tarde, la pista será escenario de la final de la Copa del Generalísimo –la actual copa del Rey– entre los equipos del Real Madrid y el Juventud de Badalona.

Aquella XIX edición de la Copa se disputó entre los días 12, 13 y 14 de junio. Es decir, fue una fase final en toda regla, lo que demuestra que no hay casi nada nuevo bajo el sol español baloncestístico. Como no podía ser menos, resultó todo un acontecimiento en Zaragoza y dejó un recuerdo imborrable entre la afición aragonesa, que unos meses más tarde ya disfrutaría de su primer representante en la Liga Nacional, el vecino y eterno rival, Iberia, que de la mano de Angel Anadón fue el pionero en la máxima categoría. Un año más tarde coincidirían en la Liga Nacional Iberia y Helios, nada menos que dos escuadras zaragozanas entre la élite. Anécdotas de aquella fase final hubo muchas, desde la indeseable presencia de un cierzo helador que en pleno mes de junio obligó a muchos espectadores a acudir a las grada ¡con abrigo!, hasta la pasión de la finalísima, resuelta a favor del Juventud, en la prórroga, 74-69, después de igualar a 62 en el tiempo reglamentario. En los dos días anteriores los favoritos se había ido imponiendo a sus rivales: el Juventud de Badalona al Nautico de Tenerife, por 52-27; el Orillo Verde de Sabadell al Aguilas de Bilbao, por 54-36, pese a la gran actuación entre los bilbainos de un tal Emiliano Rodríguez; el Real Madrid al Bazán de Ferrol, por 76­50; y el Aismalibar al Hesperia, por 50-44. Las semifinales ya estuvieron más reñidas, con triunfos del Real Madrid sobre el Aismalibar, por 68-53, y del Juventud sobre el Orillo Verde, por 48-38. En cuanto a la final, la mayor parte de su desenlace hizo presagiar un triunfo blanco. A falta de dos minutos, el Madrid vencía por once puntos, 62-51, y acariciaba el título. Fue entonces cuando Joaquín Broto, técnico del Juventud, solicitó su último tiempo muerto y, aragonés él, encomendando literalmente a sus hombres a la Virgen del Pilar, les envió a una furiosa presión por toda la pista. Aquellos dos últimos minutos fueron una pesadilla para el Madrid, que vió como el huracán verde se acercaba, 72-70, a falta de escasos segundos. Para colmo, una absurda falta del pivot Alfonso Martínez otorgaba dos tiros libres al verdinegro Parra y costaba la expulsión del indiscutible Alfonso. Parra anotó, empató, y la prórroga ya sólo tuvo color verdinegro porque Broto se ocupó de asegurar las máximas garantías: «Chavales, si finalmente ganamos, mañana, a primera hora, iremos todos a ponerle a la Virgen un cirio así de grande». Promesa que cumplieron escrupulosamente, acudiendo a misa de infantes ante la venerada imagen antes de emprender viaje de regreso, con la Copa, a Badalona.

EN LA ELITE DEL BALONCESTO

Ambiente tan formidable significó el espaldarazo definitivo para el baloncesto zaragozano, que había conocido su bautismo de fuego en la élite ese mismo añode 1958 cuando el Iberia de Ángel Anadón se incorporó a la tercera edición de la Liga Nacional desde la legendaria pista del Club de Tenis, a orillas del Huerva, para codearse con la mayor dignidad con los grandes de nuestro baloncesto. Anadón, que se había iniciado en el basket en nuestra vieja cancha del Ebro y mantuvo y mantiene su condición de socio de Helios, formó un equipo que llegó a ser temido, con jugadores norteamericanos de la Base Aérea como Stones, Mullins, Powell, más tarde Tyson, Skinner, y otras estrellas tan zaragozanas como Jorge Guillén, Julio Descartín, Juanjo Sánchez Marín, Antonio Cano, Carmelo Martínez y Juan José Moreno, quien después de alcanzar la internacionalidad atendió otra superior vocación y se incorporó a la Compañía de Jesús para cuidar de cuerpos y, sobre todo, de almas de los alumnos jesuítas.

Una temporada más tarde, en 1959, Helios ya estaba en la Liga Nacional, torneo en el que debutaba Pedro Ferrándiz al frente de un Real Madrid poderoso, que se paseó en Copa y Liga con el portorriqueño Johny Baez como gran figura. Aquel año debutaban también en el Madrid los jóvenes Pepe Laso y Sevillano; permanecía Antonio Díaz Miguel; triunfaba en el Orillo Verde Emiliano; Buscató y los hermanos José Luis y Alfonso Martínez lo hacían en el Barcelona. Y entre semejante constelación de figuras se estrenaban nuestros Lorenzo Alocén,Antonio Burillo, Antonio Anoro, Ángel Sánchez, Pepe Oliete, Isaac García, Vicente Lorente, Leopoldo Lastra y Juan Palacios, y los americanos Harps, Louis y Thomas, también procedentes de la Base Americana. La dirección técnica corrió a cargo de Burillo, quién logró salvar la categoría por los pelos, pero con gran dignidad, pues los tiempos ya marcaban claramente las diferencias entre los profesionales de ayer, de hoy y de siempre y nuestros atletas, grandes de corazón, pero limitados en medios económicos, problema endémico que ha acompañado la historia del Centro en todas sus épocas.

Así y todo se salva la categoría y en la campaña 1960/61 el equipo vuelve a tomar la salida en Liga Nacional, prácticamente con la misma plantilla pero bajo la disciplina y los colores del Real Zaragoza, a quien se había cedido la plaza. Presidente del club de fútbol era Faustino Ferrer, quien conoció una de las mejores clasificaciones en la historia del once blanquillo: tercero en la liga. En cuanto al quinteto de basket, siguió bajo la dirección de Antonio Burillo, esta vez con fortuna esquiva, pues el Zaragoza terminó penúltimo, debió promocionar y sufrir ante el Agromán de Madrid, y terminó perdiendo la categoría tras caer en Zaragoza por cinco puntos, 60-65, ganar en Madrid por idéntico margen, 40-45, y perder en el definitivo desempate en Bilbao por 58-52. El descenso en cualquier caso no desanima pese a que esta temporada 1961/62, se presenta sombría para el baloncesto zaragozano, afectado ya por la epidemia exportadora de jugadores, como queda de manifiesto tras el traspaso de Lorenzo Alocén al Real Madrid y el del iberista Julio Descartín, también al equipo de la capital. Un año más tarde, otros dos valores de Iberia, Jorge Guillén y Enrique Baturone, emigran al Aismalibar de Montcada, lo que a la postre terminó con la andadura del Iberia en la máxima categoría. Pero Zaragoza no se rinde y la temporada 1962/63, aceptando una oferta de repesca de la Federación Española, se toma el tren de la Liga en el último momento. Se sale con los mejores mimbres posibles, sumando efectivos de Helios y del Iberia, bajo la denominación de Tritones, esos simpáticos anfibios de río tan abundantes en épocas no tan lejanas en el Ebro. Nadie da un duro por aquel entusiasta Tritones, que con las fuentes de financiación nada claras y recogiendo los restos de anteriores naufragios afronta una Liga ya absolutamente profesionalizada. Ángel Sánchez se pone a los mandos y consigue no sólo acabar, sino hacerlo extraordinariamente dejando atrás en su grupo, en la nueva fórmula de competición de este año, al Aguilas de Bilbao, Agromán y Canoe y cediendo sólo ante el Estudiantes y el Real Madrid de Emiliano, Burgess y Luyk. Como no podía ser de otro modo, el hábitat del Tritones fue la vieja cancha del Centro, donde se enseñoreaban tan frecuentemente nieblas, heladas y cierzos. La pista cubierta aún era un lujo asiático. La plantilla de aquel año giraba en torno al norteamericano Carlos Huckaby, que jugaba con una pata de conejo en la media a modo de amuleto, y estuvo bien secundada por Antonio Burillo, Eugenio Aragüés, Juanjo Sánchez Marín, Vicente Lorente, Armando Pérez, Enrique Sanz, Juan Palacios, Agustín Álvarez y Viñuales.

LORENZO ALOCEN, MAXIMO ENCESTADOR DE LA LIGA

Cuando un año más tarde, 1963-64, regresa Lorenzo Alocén a Zaragoza para cumplir sus obligaciones militares, Helios estrena entrenador, Emilio Tejada, recupera su nombre de pila y con Lorenzo en sus filas a su mejor americano. Prueba de ello es que la campaña vuelve a ser holgada, igualando a puntos con el Sevilla y Canoe y dejando atrás al Agromán, amén  de triunfos en Zaragoza ante Águilas y Estudiantes. No obstante no se pudo evitar la fase de promoción que se celebró en Barcelona y depuró la Liga a sólo ocho equipos para la campaña próxima. En ella, la 1964-65, estuvo nuevamente Helios haciéndose sitio entre aquellos ocho grandes, estrenando firma patrocinadora -TUSA-, conociendo por primera vez la presencia de las cámaras de televisión en la liga y adaptándose, en suma, a todos los cambios… menos a uno que seguía invariable: su condición de práctico amateur entre aquel universo que ya multiplicaba en dólares. Ello no impidió nuevos triunfos sobre Águilas, Mataró, Canoe… y hazañas individuales tan enormes como la de Alocén, que se proclamó máximo encestador de la liga con 330 puntos y un promedio de 23,5 por encuentro, lo que le valió elTrofeo Pressing recién instituído por José Antonio Gasca. Ángel Sánchez volvió a dirigir la batuta y se incorporaban nuevos nombres como Jesús Alcaine, Ramón Cabanes, Marina, Hermenegildo Márquez y Juan Alejaldre. Las campañas 1965-66 y 1966-67 fueron las últimas páginas del baloncesto heliófilo entre gigantes. La primera la dirigió una vez más Antonio Burillo que alineó como novedad al portorriqueño Pedro Monzón y a un joven José Luis Rubio, que tomaba sus primeras armas entre el baloncesto de elite. El equipo acabó décimo y último pero igualado a puntos con Hospitalet y Sevilla y tras históricas victorias sobre Mataró, Águilas y el mismísimo Barcelona. La temporada 1966-67 fue de despedida y … paréntesis, pues aunque se pudo mantener la categoría en la cancha se sucumbió frente a las necesidades de tesorería que abocaron al baloncesto zaragozano a su maldita condición de proyecto imposible.

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