10.1.2010 - LIGA 1ªDiv. 2009/10 - JORNADA Nº 17
ESPAÑOL 2-1 ZARAGOZA
En parada cardiaca
El Real Zaragoza sumó su décima derrota frente a un débil rival y sigue hundido en la penúltima posición en la tabla. El Espanyol hizo los tres goles: Verdú, Marqués y Moisés, este en propia puerta.
El Real Zaragoza no está muerto. Cierto es. Pero sí en situación de parada cardiaca. Mirarle a la cara da grima. A los más sensibles, a los más allegados emocionalmente, ya se les arrasan los ojos ante lo que ven. Se trata de un gravísimo momento para su salud deportiva (de la otra, tras un partido, no parece momento para hablar ni una sola palabra). Urge aplicar el desfibrilador, masajear con fuerza su torso, hacerle un boca a boca múltiple porque su deceso se advierte cada vez más próximo pese a que aún queden por delante 21 partidos de liga.
Ayer, en el nuevo campo del Espanyol, no solo la derrota -una más- certificó su estado. Mucho más aterrador fue observar el modo con el que llegó este nuevo fracaso. Dos imperdonables errores en defensa que terminaron en gol del rival y una incapacidad perenne para llevar peligro a la portería adversaria. Hasta tal punto que el tanto zaragocista llegó merced a una donación altruista de Moisés Hurtado al borde del descanso, enviando la pelota a su propio marco de forma involuntaria.
En Cornellá-El Prat ya se pudo ver a Eliseu, el primer flotador en llegar. Hoy llega Suazo a la ciudad. Cabría enumerar la lista de posibles fichajes -cesiones, mejor dicho- de carrerilla: Colunga, Senderos, Boulahrouz, Metzelder, Gaby Milito... y gritarles a Agapito, Poschner, Prieto y Herrera ¡tráiganlos a todos, por Dios!
Gay, que si fuera rey y viviéramos en siglos pasados, el pueblo lo apodaría "el optimista", no logra sacarle a esta plantilla más jugo del que le pudo exprimir Marcelino. Zumo se puede hacer con las naranjas, con los pomelos, con las piñas. Pero jamás con una bolsa de nueces. Y eso es lo que el verano pasado armaron los responsables deportivos de la SAD zaragocista. Una amalgama de futbolistas cuya mezcla es un fruto seco, insustancial al destilarse.
El ilusionado entrenador madrileño sigue haciendo equilibrios para mantener enhiesta la bandera de la fe, al menos hasta que cuaje la revolución en la plantilla que, hasta hace 20 días, le negaron a Marcelino. Pero ya lleva tres partidos sin ser capaz de lograr un triunfo que saque al grupo del colapso general en el que se ha metido y, lo peor, sin lograr ver la portería de enfrente (ayer no se crearon ocasiones, no se llegó con peligro al área periquita e, insisto, el gol blanquillo lo tuvo que hacer el Espanyol en su propia meta).
Atrás, el mal es endémico y de imposible solución por los déficit multifuncionales que presenta la línea de zagueros. En el centro, no se genera fútbol, no se contabiliza ni una sola combinación digna de reseñar y no se cimenta una consistencia defensiva mínima que ayude a los defensores puros. Y arriba, no hay clarividencia goleadora, ni pólvora, ni imaginación, ni improvisación. O sea, nada de nada. Parada cardiaca y encefalograma plano que, o se reanima de manera ágil e inminente, o corremos el riesgo de que este Zaragoza se nos muera entre las manos.
El partido de ayer en Barcelona fue un despropósito permanente desde el punto de vista de la calidad del juego. Ambos equipos justificaron con creces su horrible clasificación y sus penosos números estadísticos en lo que va de temporada. La primera parte, si alguien la tomara como cata de prueba del nivel de la Liga española, dejaría al fútbol patrio al nivel del de Chipre, Malta o Azerbaiyán. Un desastre colectivo monumental de los 22 jugadores, indescriptible con palabras si no se ha visto con los ojos.
Que ese tramo del partido acabara 1-1 en el marcador solo se comprendía en el intermedio analizando someramente la factura de los dos goles surgidos de la nada. El tanto local, mediante un regalo de todo el entramado defensivo del Zaragoza, incluyendo a los medios, que culminó Carrizo -en un mal entendimiento con Goni- despejando con el pie, muy en corto y mal, para que Verdú rematara a puerta vacía desde 40 metros. Y el empate aragonés, merced a un autogol de cabeza de Moisés Hurtado, tras una falta lateral centrada por Jorge López y que Arizmendi no atinó a rematar de primeras, pese a que lo celebró como si la diana llevase sus cromosomas.
Si apartamos del análisis esos dos goles-pifias, la primera parte se queda vacía de contenido. Un repertorio de errores e incapacidades de los dos equipos impropio de una competición del máximo nivel. Hasta ese momento, y como consuelo defendible desde el prisma zaragocista, se podía esgrimir que el Real Zaragoza no había sido peor que el Espanyol. El problema es que tampoco fue mejor. Y, dada la gravedad del enfermo, en días así y ante contrincantes de este pelaje, al equipo le Gay le era obligado ser mejor y demostrarlo con una victoria y con los 3 puntos en sus alforjas.
Precisamente, a través de este razonamiento, la enorme decepción llegó tras el descanso. El Zaragoza, que acababa de empatar a falta de 6 minutos para el receso mediante un gol que, se suponía, podía ser un mazazo psicológico para un Espanyol cogido con pinzas, no se vino arriba en busca del necesario y obligado triunfo. No hay carácter para ese tipo de menesteres que el fútbol exige en las circunstancias que concurren.
Al contrario, en la espesura del mal juego (que continuó como en la primera fase), fue el Espanyol el que más luces demostró. En cinco minutos, Luis García tiró una falta al larguero de Carrizo y Callejón se quedó solo en un mano a mano ante el argentino que Diogo, en una acción desesperada donde se jugó el penalti y la expulsión, abortó en el último instante gracias a la lentitud del delantero local. El Zaragoza no arrancaba mientras los españolistas, con sus zafias maneras, opositaban a la victoria con mayor énfasis.
Márquez -el mejor de los catalanes- e Iván Alonso continuaron avisando antes de que Fernando Marqués, tras una contra letal que generó con un saque largo el portero Cristian, pusiera el 2-1 definitivo a falta de 19 minutos para el final. Del Zaragoza, no hubo apenas noticias. Como hace tiempo.
En el precipicio
La derrota ante el Espanyol atornilla al Real Zaragoza en la penúltima posición de la tabla. La mejoría quedó de nuevo oculta detrás de los errores y la falta de gol.
Atascado en el infierno, con un punto cosechado en los tres últimos partidos -los que ha ocupado José Aurelio Gay el banquillo- y viendo abrirse la brecha con la salvación. El Real Zaragoza volvió a perder ayer (2-1), esta vez ante el Espanyol en Cornellá, con lo que agrava una situación que no sólo no ha mejorado, sino que ha empeorado seriamente desde la destitución de Marcelino García Toral al frente del cuadro aragonés.
El Real Zaragoza volvió a exponer ayer formas y modales; fue capaz de nivelar el duelo tras el regalo del primer gol y acorraló a un Espanyol muy blandito. Pero un nuevo obsequio en una jugada a la contra de los de Pochettino sirvió al cuadro local para llevarse una victoria que tenía sabor de necesidad. El cuadro catalán estira su ventaja con el descenso, esa pelea que de forma inmisericorde ha vuelto a colarse en la vida del conjunto aragonés.
Es verdad que el Zaragoza tuvo sus momentos, que mereció más. Pero también es cierto que los de Gay brindaron el triunfo a un rival que no tiene mucho mejor aspecto que el cuadro blanquillo; pero, a cambio, administra un buen puñado de puntos más. Que, al fin y al cabo, es lo que importa.
Arizmendi, a medias con el espanyolista Moisés Hurtado, hizo ver que se puede marcar. Pero eso no quiere decir que los de Gay tengan pegada. Agapito y sus discípulos entregan la responsabilidad al chileno Suazo, que hoy aterriza en Zaragoza. Si el gol fuera cuestión de encomiendas?
Porque cada partido pone de relieve que la ilusión, el empeño y la voluntad no pueden tapar las carencias de un equipo descompensado, desordenado, a veces desconcertado y obligado a aprender deprisa.
En la pelea en la que se encuentra el Real Zaragoza, cada error se paga. Y los regalos pesan. Con lo que le cuesta hacer un gol, el conjunto aragonés no puede permitirse el lujo de brindar un par. Y su demostración de ayer es la explicación más clara de la delicada situación en la que se encuentran los blanquillos.
La derrota fija al equipo en la penúltima posición, sólo por encima del debilísimo Xerez, un debutante en Primera que paga su inocencia en el estreno de la categoría. El cuadro andaluz visita el domingo el estadio de La Romareda. Hablar de un traspiés en la próxima jornada sonaría mucho más que a broma pesada...
El paso de las jornadas, además, debilita el temperamento del equipo, necesitado de un bálsamo en esta situación de crisis general: deportiva, económica, institucional... Que quienes manejan las riendas zaragocistas parecen incapaces de afrontar.
De momento, el encuentro de Cornellá ofreció el debut de Eliseu, que dejó destellos de juego y, sobre todo, le echó ganas, le puso ambición. En una semana, además, podrá tener mayor conocimiento de la dinámica del juego, de las aspiraciones del entrenador. Para entonces, en ese duelo a vida o muerte con el Xerez -singular paradoja de este Zaragoza-, el conjunto aragonés podrá disponer también del ariete Suazo.
Queda, a cambio, ese empeño de la afición por aportar oxígeno a un equipo necesitado de todo. También en Cornellá la formación blanquilla se sintió arropada por una parroquia más que fiel.
Xerez y Villarreal cierran la primera vuelta de un equipo enclenque en la clasificación (13 puntos en 17 jornadas de Liga), necesitado de una reacción y al que aún le suena dolorosísimo el eco del último descenso.
Cornellá volvió a ofrecer ayer más de lo mismo. Con escuetos atisbos de buen juego, con interés, con empeño, con ganas: la marca de vida que se ha empeñado en aportarle José Aurelio Gay, pero con poco más en el haber. En el debe, una generosidad asombrosa para un equipo que milita en la vanguardia del fútbol mundial.
Y así, el Zaragoza permanece penúltimo, sufriendo con el paso de las jornadas la brecha que se abre con la salvación. Es obligado ganar: en casa y fuera. De momento, ni en un sitio no en otro.
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