El Neolítico
NEOLÍTICO
Neolítico
Época:
Inicio: Año 7000 A. C.
Fin: Año 3000 D.C.
Siguientes:
Origen y desarrollo
Próximo Oriente
Europa
Península Ibérica
El término Neolítico, que aparece desde 1856, definido por J. Lubbock, en la literatura arqueológica, hace referencia etimológicamente a un cambio tecnológico: la aparición entre los útiles prehistóricos del utillaje de piedra pulimentada (neos/lithos, nueva piedra), opuesta a la piedra tallada, la única conocida por las poblaciones paleolíticas.
La posterior investigación arqueológica ha otorgado al término Neolítico una significación más global a medida que se han observado una serie de cambios solidarios del primero, como son, dentro del mismo campo del cambio tecnológico, la aparición de la cerámica y la diversificación general del utillaje; o, dentro de los aspectos sociales, la aparición del poblado como fruto de la sedentarización de la población y de una agrupación más estable; o finalmente, dentro del campo económico, con los inicios de la actividad económica productiva.
Simultáneamente han aparecido varios términos de tipo complementario, como el de revolución neolítica -creado por V. Gordon Childe en 1930-, en el que se enfatiza la producción de subsistencia como hecho fundamental y generador, en cierta medida, de los demás cambios. El concepto de revolución ha caído con posterioridad en desuso al observar que la transformación es gradual y progresiva, aunque el cambio que designa constituye una de las más trascendentes de la evolución humana. La inexactitud o parcialidad del término motivó a su vez varios intentos de sustitución por conceptos más culturales, ecológicos o socioeconómicos, como los surgidos de las nuevas tendencias de la investigación en la década de los sesenta, como la propuesta por Ch. S. Chard - "El hombre productor-agricultor" - o la más ecléctica de G. Clark de "Prehistoria Secundaria", terminologías que, en general, no han tenido plena aceptación.
El término Neolítico sigue teniendo vigencia, definiéndose como un periodo arqueológico caracterizado por unas asociaciones recurrentes de registro arqueológico que permiten la reconstitución de las primeras sociedades productoras de subsistencia con unas características sociales, culturales y tecnológicas distintas de las cazadoras-recolectoras que las preceden. Se ha diferenciado el término neolitización que incidiría, más específicamente, en el estudio de la etapa formativa o periodo de transición y en la dinámica de cambio de un modo de vida basado en la caza y recolección de alimentos silvestres al control artificial de la reproducción de determinadas especies animales y vegetales.
El estudio del periodo neolítico contempla dos tipos de problemática. Una, de carácter más propiamente histórico, que se centra en la reconstrucción de la evolución y el análisis de las transformaciones, basándose en la reordenación de los hechos históricos, situándolos en las coordenadas de cada tiempo y espacio determinados. Otra, de tipo teórico, se orienta hacia la situación del fenómeno del cambio en la teoría general de la evolución sociocultural de la humanidad. La investigación incide, pues, por una parte, en el establecimiento de los hechos y, por otra, en la aproximación a las causas y factores que motivan esta evolución.
Dentro del proceso de transformación del Neolítico, la domesticación de plantas y animales ha despertado un gran interés entre los investigadores, debido en parte a la mayor atención dedicada en los últimos años, por parte de la arqueología, a los aspectos socioeconómicos. Su estudio presenta igualmente una doble vertiente, siendo la primera la que más se ciñe al proceso biológico, pues implica variaciones genéticas y conductuales de las especies domesticables y de tipo ecológico en los contextos donde se producen las modificaciones. La segunda, de tipo histórico o antropológico, estima las variaciones causales o resultantes que conlleva a los grupos humanos, tanto desde un punto de vista económico como cultural y social.
Neolítico: las primeras sociedades agrarias
Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.
Siguientes:
Posibles causas de este proceso
El Neolítico en el Próximo Oriente
El Neolítico en la Península Ibérica
El Arte Levantino
El Megalitismo
El último período cultural de la Edad de la Piedra se ha denominado tradicionalmente Neolítico y representa una de las etapas históricas más interesantes por las transformaciones de toda índole que experimentaron las sociedades de aquellos momentos.
Al intentar dar una definición precisa de esta etapa ya surgen los primeros problemas, desde su propia denominación, puesto que Neolítico -término utilizado por primera vez en la obra de Lubbock en 1865- significa piedra nueva (neos = nuevo; litos = piedra) en clara alusión a las características técnicas de los utensilios de piedra, ahora pulimentados frente a los fabricados mediante la técnica de la talla durante los tiempos paleolíticos.
Sin ser esta apreciación inexacta, sí es incompleta puesto que hoy día sabemos que los cambios operados en el campo socioeconómico fueron más importantes que los acaecidos en el campo tecnológico y presumiblemente causa de ellos. Sabemos también que dichas transformaciones no se produjeron de una manera súbita, sino que todas ellas fueron la culminación de un lento proceso de adaptación durante el cual el hombre fue estableciendo una nueva relación con el medio que le rodeaba; desde esta perspectiva, el término revolución neolítica empleado por Childe debe ser matizado en su sentido de súbita innovación o alteración.
Las nuevas formas de vida se fueron adoptando en distintos lugares a la vez y con matices diferenciadores, dependiendo de las tradiciones culturales preexistentes y desde determinadas zonas preferentes se fueron extendiendo hacia otras áreas marginales. No puede hablarse, pues, de un proceso cultural único sino de una gran variedad de grupos neolíticos diferentes.
Para obtener una visión de conjunto de este proceso cultural, podemos resumir sus características fundamentales en tres apartados distintos:
1) Ambientales: La influencia que el medio ambiente ejerce sobre el hombre fue durante mucho tiempo sobrevalorada y, en el caso del Neolítico, se adujo como causa fundamental de todos los cambios culturales acaecidos.
Es cierto que, tras la retirada de los últimos hielos pleistocénicos, las condiciones climáticas cambiaron al elevarse las temperaturas e influyeron decisivamente en el medio, que lentamente se fue transformando pues la fauna y la flora tuvieron que adaptarse; igual le ocurrió al hombre, que tuvo que buscar nuevas bases de subsistencia cuando le empezaron a fallar sus tradicionales recursos. Pero todo ello había sucedido tiempo atrás, a comienzos del Holoceno, que es cuando se empezaron a desarrollar las primeras comunidades epipaleolíticas, aunque ese lento proceso de adaptación entonces iniciado siguió su curso y acabó desembocando en nuevas formas culturales.
2) Económicas y sociales: Es en este terreno donde se pueden observar los cambios más significativos, ya que las antiguas formas de subsistencia basadas en la caza y la recolección fueron sustituidas de forma progresiva por estrategias productivas basadas en la agricultura y en la cría de animales domésticos.
Ambos procesos debieron ser paralelos y los datos disponibles, procedentes de algunos yacimientos del Próximo Oriente, permiten saber que en el octavo milenio antes de la era fueron los cereales las primeras especies cultivadas: el trigo, en sus primitivas variantes Triticum monococcum, T. dicoccum y T. aestiuium, la cebada y el centeno, seguidos tiempo después por la avena, el mijo y las leguminosas, todos ellos productos de gran valor energético. Estas especies pudieron ser controladas por el hombre porque ya existían en aquellas zonas en estado silvestre y venían siendo objeto de recolección sistemática.
La utilización de animales domésticos, a los que podemos definir como aquellos cuya reproducción está controlada por el hombre, fue la segunda de las actividades económicas que se empezaron a practicar. De la misma manera que ocurrió con las plantas, los primeros animales domésticos se consiguieron a partir de los que ya existían en el entorno en su variante salvaje.
Los datos disponibles apuntan a que fue el perro, procedente del lobo, la primera especie doméstica, aunque todavía existe polémica sobre el momento y el lugar en que apareció. Hallazgos en la cultura epipaleolítica de Maglemose del norte de Europa, en el Natufiense palestino y entre alguno de los grupos epipaleolíticos del SE de los Estados Unidos parecen confirmar la existencia del perro en fechas cercanas al 11.000 a. C., si bien esta especie parece que acompañaba al hombre pero no debía servirle como animal comestible. La oveja y la cabra, difíciles de distinguir entre sí, están documentadas en el IX milenio antes de la era en numerosos yacimientos del Próximo Oriente, seguidas poco tiempo después por la vaca, todos ellos de alto potencial dietético.
En los primeros momentos de su domesticación, todos estos animales fueron aprovechados por sus productos primarios, fundamentalmente la carne, las pieles y la grasa y sólo tras la intensificación de las prácticas ganaderas se comenzaron a utilizar los productos secundarios, como lana, leche, y a usarse como medio de transporte y ayuda en las tareas agrícolas, arrastrando los arados.
Como consecuencia de las variaciones en las bases del sistema económico, se produjeron algunos cambios sociales evidentes, tales como la progresiva sedentarización de las comunidades, aunque en algunos lugares del Viejo Mundo ya venía observándose el agrupamiento en aldeas debido sin duda a la intensificación de la recolección de los vegetales silvestres allí existentes, más de mil años antes de la domesticación de las primeras plantas y animales. La vida en comunidades fijas cada vez mayores hizo que necesariamente cambiasen también las relaciones entre los individuos, surgiendo fórmulas nuevas de organización social, dando lugar al reparto de las tareas cada vez más diversificadas, a relaciones de tipo jerárquico, a la organización de las actividades colectivas, etcétera.
3) Técnicas: A pesar de que los adelantos técnicos no fueron la causa de todos los cambios operados durante el Neolítico sino más bien una consecuencia de los arriba mencionados, es cierto que pueden observarse algunas novedades en el equipo material de aquellas poblaciones.
El invento más significativo es sin duda la cerámica, cuya fabricación consiste en elaborar recipientes de arcilla cocidos en un horno a más de 450° y que fue el elemento que acabó convirtiéndose en el fósil-guía más característico de todas las comunidades neolíticas. Al tratarse de una actividad artesanal, las formas de los recipientes, su decoración y las propias técnicas de fabricación variaban de unos grupos a otros, siendo estas variaciones muy valiosas al arqueólogo ya que le sirven para identificar los diferentes grupos culturales.
La existencia de excedentes alimenticios y la necesidad de conservar mayor número de productos propició la búsqueda de recipientes más sólidos e impermeables que los ya conocidos de cestería utilizados por los pueblos recolectores. En un principio, los hornos para cerámica eran simples hoyos en el suelo cubiertos por piedras y tierra, para alcanzar la temperatura necesaria, pero poco a poco se fueron construyendo más cerrados para poder lograr mejor calidad en las pastas cerámicas.
La fabricación de utensilios de piedra continuó siendo importante y aunque algunos objetos se trabajaban con la tradicional técnica de la talla por presión o percusión fueron los instrumentos pulimentados los que se generalizaron cada vez más, destacando entre todos ellos las típicas hachas y azuelas, presumiblemente empleados en las tareas agrícolas y que durante mucho tiempo sirvieron como identificadores del nuevo período cultural. Las pequeñas hojas dentadas de sílex se enmangaban formando los dientes de una hoz, instrumento decisivo a la hora de la recolección intensiva de plantas. También proliferaron los molinos de piedra y los morteros necesarios para machacar y triturar el grano.
Igualmente siguieron realizándose instrumentos sobre hueso, aunque la mayoría de los viejos modelos se abandonaron y aparecieron otros utensilios en función de las nuevas actividades económicas y domésticas, siendo ejemplos característicos las espátulas y las cucharas.
El Neolítico en la Península Ibérica (España)
Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.
Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias
Siguientes:
Cataluña
El País Valenciano
Andalucía
Al abordar el estudió del Neolítico en la Península Ibérica es necesario enmarcarlo en la problemática general de la neolitización de Europa y más concretamente del Mediterráneo Occidental, puesto que es imprescindible conocer el marco geográfico en que se desarrolló esta cultura para entender correctamente sus posibles relaciones externas, las influencias que pudo recibir y las vías por la que pudieron efectuarse dichos contactos.
Tradicionalmente se ha distinguido una Europa continental, a la que llegaban las influencias culturales desde el Este por la vía de los Balcanes y del Danubio, y una Europa mediterránea cuyos principales contactos se establecían por vía costera.
La cuenca mediterránea tiene unas particularidades comunes especiales, por encima de las múltiples variaciones locales, tanto climáticas como topográficas, con cierta tendencia a la aridez y con suelos no demasiado ricos, a pesar de lo cual siempre ha sido un territorio habitado y una ruta transitada por la que han circulado influencias, ideas y personas entre sus extremos oriental y occidental.
Tradicionalmente se había defendido la idea de que los nuevos inventos neolíticos se difundieron rápidamente desde sus centros originarios orientales hacia los distintos territorios europeos mediante diferentes rutas y mecanismos de colonización, nunca demasiado bien explicados. La exageración y el abuso de los presupuestos difusionistas hizo que, a partir de los años 60-70, se empezaran a rechazar semejantes interpretaciones y se comenzase a valorar, quizás a sobrevalorar, el protagonismo que los grupos locales habían tenido en el proceso de cambio y se empezó a defender, en definitiva, la evolución autóctona como resultado de la adaptación de los grupos epipaleolíticos a su medio natural.
Hoy día, sin exagerar ninguno de los dos modelos interpretativos, parece claro que el fenómeno neolítico producido en el Próximo Oriente se efectuó mediante una evolución lenta y continuada, diferente a lo que ocurrió en Europa. Por la documentación existente, no puede mantenerse que en los territorios europeos occidentales existieran los precedentes salvajes de los primeros animales domesticados, ni de los cereales que se cultivaron por primera vez, descartado lo cual, los estudios se han dirigido a averiguar porqué y cómo se expandió el nuevo sistema económico y en qué medida fue asimilado por los grupos indígenas de cada región occidental.
Por otra parte, el estudio detallado de los grupos epipaleolíticos europeos ha demostrado que esas sociedades estaban perfectamente adaptadas a su medio, incluso muchas regiones del norte de Europa, antes despobladas, se habían ido ocupando durante los últimos deshielos al seguir el hombre a las especies animales que se iban asentando en dichos territorios. En general, estas poblaciones intentaron, como apuntan algunos autores, aumentar la productividad de su entorno como respuesta a sus crecientes necesidades, alcanzando un cierto nivel de complejidad socioeconómica.
En los últimos años, para explicar la forma en que pudo producirse la expansión neolítica, se ha aceptado de manera generalizada el modelo denominado oleada de avance, propuesto por los investigadores Ammerman y Cavalli-Sforza. Este modelo teórico, que ofrece distorsiones y variaciones locales, presupone que el nuevo sistema económico se fue extendiendo lenta pero ininterrumpidamente hacia Occidente a partir de los centros próximo-orientales, a razón de 1 km. por año, teniendo en cuenta el crecimiento progresivo de la población y los movimientos que puede realizar tanto a larga como a corta distancia.
Esta forma paulatina de contacto se refleja en la existencia de dos tipos de asentamientos diferentes en los momentos iniciales del Neolítico occidental: los correspondientes a los grupos locales allí asentados y los pertenecientes a los colonizadores llegados por el Mediterráneo. El proceso de interacción entre ellos es lo que algunos autores como Bernabeu han llamado modelo dual o modelo mixto, que explica cómo la adopción del Neolítico en Europa se produjo por la llegada de poblaciones conocedoras de la agricultura y la ganadería que entraron en contacto con las poblaciones indígenas, las cuales fueron modificando sus tradicionales formas de subsistencia.
La Península Ibérica participó de este proceso mediterráneo occidental, aunque no puede hablarse de homogeneidad cultural en todo el territorio. La primera neolitización se produjo lógicamente en la franja costera mediterránea, desde Cataluña hasta Andalucía y Portugal meridional, pero los yacimientos mejor conocidos se ubican en las sierras costeras interiores; en las restantes áreas peninsulares las transformaciones culturales fueron más tardías y con particularidades diferentes y se incorporaron a la economía neolítica con mayor lentitud, dependiendo de las posibilidades de contacto que tuvieran con las regiones litorales.
En toda la cuenca occidental y asimismo en la Península Ibérica, se detecta un factor importante para la identificación de la primera cultura neolítica: la presencia de cerámica que, independientemente de algunas variaciones regionales, ofrece la característica común de una decoración impresa que acabó constituyéndose en el auténtico fósil-guía de esta fase cultural. Dentro de la variedad de la decoración impresa, destaca la realizada con el borde de la concha de un molusco llamado cardium edule, que le ha valido la denominación de cerámica cardial y, por extensión, de Neolítico Cardial. La presencia de la cerámica en unión de las primeras especies domésticas de animales y plantas, pueden considerarse factores intrusivos que llegaron del exterior y acabaron siendo adoptados por la población indígena preexistente.
Las regiones mediterráneas de la Península son las que mejor pueden documentar la presencia de este Neolítico Antiguo o de cerámicas impresas, conservándose un buen registro arqueológico en Cataluña, País Valenciano y Andalucía oriental.
Época: Grecia antigua
Inicio: Año 6200 A. C.
Fin: Año 2800 D.C.
Antecedente:
La Grecia antigua
La verdadera colonización del territorio griego se dará en la etapa neolítica. Los hombres llegados de Oriente, primero por tierra y por mar poco después, se instalaron en las fértiles planicies de Tesalia y Beocia y, desde allí, lentamente fueron colonizando las restantes áreas geográficas del norte y centro de Grecia y la península del Peloponeso. En cada una de estas zonas se desarrollaron culturas neolíticas de gran personalidad, formando la base de la civilización griega. Los inicios de esta etapa se han podido fechar, gracias a los hallazgos arqueológicos en Macedonia y Tesalia, en el VII milenio antes de nuestra era. Allí se desarrollaron las aldeas, núcleo básico del que saldrá la civilización clásica. En estos lugares del NE de Grecia, ciertos yacimientos presentan una continuidad de poblamiento muy considerable; la superposición de las aldeas a lo largo del tiempo llega a formar colinas artificiales, las denominadas "magoulas", que alcanzan hasta 10 metros de altura y 300 metros de diámetro en la mayor de ellas. Los primeros estratos o niveles, fechados en pleno VII milenio, han proporcionado materiales de un neolítico aún sin cerámica y dan idea de una economía de aldea, basada en la agricultura y la ganadería: restos carbonizados de cereales y leguminosas, junto a huesos de ovejas y cabras. El utillaje lítico está realizado con materiales de la zona, además de otros más lejanos como los ya citados en obsidiana procedente de Milo, la isla más occidental de las Cícladas; tales materiales ya están presentes en la región desde el Mesolítico.
La aldea más antigua documentada hasta el presente es Nea Nikomedia, en Macedonia. Las fechas de los primeros niveles, obtenidas mediante el Carbono-14, sitúan a éstos en torno al 6.200 a.C., colocando al Neolítico griego a la par de los grandes yacimientos de Anatolia, tales como Hacilar o Çatal Hüyük. De mediados del sexto milenio ya se conocen numerosas aldeas neolíticas, como las de Khirokitía (Chipre), Elateia (Drajmani) y algunos puntos del Peloponeso, lo que hace de Grecia el puente entre el Neolítico oriental de Palestina (Jericó) o Siria (Ras-Shamra) y el Occidente, si se admite que el Neolítico nació en estas zonas del llamado Creciente Fértil.
El Neolítico griego, ya con cerámica, está dividido en dos grandes etapas, A y B, denominadas respectivamente de Sesklo y de Dimini, los nombres de dos importantes "magoulas" tesalias que han proporcionado abundante información para este período anterior al esplendor de la Edad del Bronce en el Egeo. Sin embargo, sus resultados no pueden generalizarse de un modo rotundo para toda esta área, debido a la regionalización existente y al escaso conocimiento que aún tenemos de las estratigrafías de otros lugares, muy potentes, como los casi siete metros de espesor en el caso del Neolítico cretense, alcanzados debajo del palacio de Cnosós. En todos ellos se aprecian restos del cultivo de especies tales como trigo, cebada, guisantes y lentejas, además de la recolección de cereales y plantas silvestres como uvas, acebuches, higos, almendras, peras y bellotas. Ovejas y cabras siguen siendo los animales más importantes que componen la dieta, aunque está documentada la presencia del cerdo y otros animales, éstos últimos producto de la caza.
La cerámica es cada vez más variada y con unas decoraciones ricas en colores y motivos, con características propias, y diferencias muy sutiles de una aldea a otra; revela cierta especialización en su factura, realizada por unos artesanos cada vez más competentes. Es el resultado de una continua jerarquización y especialización del trabajo que comienza a darse en el Neolítico y que dará lugar a sociedades progresivamente más complejas.
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