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Historia de cuatro tejados

Historia de cuatro tejados

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En 1903 y a velocidad de paseante con sombrilla, por el andén central de Independencia llevaba casi diez minutos ir desde la glorieta hasta la plaza de la Constitución. Durante ese rato al fondo destacaba el sobreático del número 37 del Coso, que encarado al paseo poseía un muro de una docena de metros cuadrados.

Miguel Mur, propietario del edificio y productor e importador de licores, encargó a un rotulista pintar sobre éste, en blanco sobre negro y con mayúsculas, la leyenda:

Casa Mur vinos y licores finos”.

Una decena de años más tarde las nuevas estéticas obligaron a los burgueses a redecorar sus fincas y los Mur añadieron por encima del alero una pomposa balaustrada. Puesto que ocultaba parcialmente la leyenda de los vinos es posible que Don Miguel por ello desestimase el primitivo rótulo, devolviendo al muro su blancura. A cambio sobre el tejado hizo instalar un letrero de unos cuatro metros de altura que publicitaba las bodegas de Pedro Domeq de Jerez de la Frontera.

Aunque en este caso el comerciante fuese vecino cabe aclarar algo para nosotros es obvio, para nuestros tatarabuelos no tanto. En el nuevo siglo una firma no tenía por qué tener su domicilio en el edificio donde lucía sus anuncios, del mismo modo que el chocolatero Sr Orús no viajaba ni despachaba tabletas en el tranvía que llevaba sobre el techo su apellido.

Una decena de años más tarde, sin apear el gran letrero de arriba, volvió a ser rotulada la susodicha pared, esta vez anunciando el licor francés “Benedictine”, aunque su plena visión seguía estorbada por el barandado, que por entonces soportaba otro cartelón anunciante del “Anís del Mono”.

Llegados los veinte el simio badalonés fue sustituido por el “Fino La Ina” en tanto “Pedro Domeq” se hizo presente también en el balcón del piso principal. Dicho de otro modo, el caserón renunciaba para siempre a la discreción en pos del negocio de su dueño, con el tiempo arrastrando a sus colindantes al mercadeo de sus áticos.

B

Sería aburrido continuar enumerando anunciantes y anuncios conforme avanzaba la centuria, y algo más ameno saltar en los tiempos hasta aquellos en los que España disimulaba las pasadas penas dejándose llevar por una todavía modesta carnalidad.

En los años sesenta hay mas productos “anunciables” que tejados. El pionero número 37 ya ha prescindido de su postiza barandilla y las otras fincas, mordida la manzana, llevan bastante tiempo ostentando en sus cimas rótulos luminosos que prolongan en dos y tres pisos sus alturas en un prodigio de equilibrio y metalurgia.

Existe ya la televisión, si bien es cierto que sus aparatos receptores llevan el nombre de un caballero holandés, pero también hay televisores y radios peninsulares, sin duda más católicos y nítidos. Como confortables son los colchones fabricados aquí mismo —por colchones no será—, aunque nada de eso es comparable al prodigio de que echando el contenido de un sobre al agua hirviente se obtenga una aceptable sopa de fideos.

Mediada la década algún publicista tuvo la pésima idea de separar las sílabas de Avecrem, quizá para ganar visibilidad. En el renombrado ático aparece “Gaymu”, razón que correspondía  a una marca de estufas y cocinas. Flex por entonces renueva su imagen corporativa y abandona al cisne, pues diríase que los cisnes son cosa desfasada, y salvo en los cuellos, no se adapta del todo a la época yeyé. Finalmente las televisiones Iberia mejoran su soporte publicitario negándose a rendirse ante la despiadada oferta del extranjero.

C

Finiquitada la década, a Dios gracias la palabra “Avecrem” volvió a juntarse. Además en el colmo de la felicidad la gallina tuvo dos pollitos. Ahora miraba hacia la izquierda siguiendo los cánones publicitarios que sugieren dinamismo.

La televisión ya es en color, cosa que en un alarde de originalidad Philips enfatizó usando letras de tonos diferentes. Nuestro edificio amigo, cada vez más estresado, ha renunciado definitivamente a su última planta para desde ella rendir pleitesía a “Muebles “Rey”, que reina en Zaragoza desde 1961 no habiendo un hogar sin una de sus absurdas mesitas telefoneras.

En cambio la marca de electrodomésticos Iberia sucumbe herida de muerte por las multinacionales y la crisis 100% autóctona.

En los años 80 Flex se inventa la palabra “multielastic” y de paso readmite al cisne, pues en realidad el bicho no había emigrado lejos. Philips retira, por entenderlas ya innecesarias, sus letras de colores, la Caja de Ahorros se incorpora al paisaje luminoso de la plaza de España y en pisos sin apellidos te avisan por doquier de un negocio nuevo y un poco sospechoso… Se “compra oro”.

D

Pero la muerte, anunciadísima, aguardaba al mazacote de edificios. En 1988 la primera excavadora sobrepasó el portal del grandioso número 35, entrando a matar. Lo deshizo moldura a moldura y tabique a tabique. Una vez enrasado el solar pasó un tiempo a la intemperie. Pero el asedio continuó. Un par de años después el cartelón de los muebles había sido desmontado y el último piso del 37 asomaba de nuevo. Estaba pintado de rojo y no lo recordábamos.

En el caserón vecino el anuncio de Flex será el último en caer, junto con el de la “academia de chóferes EBRO”, reducto imperturbable desde hacía medio siglo. Todo ello ante la pasividad de la ciudadanía que decía “ay qué penica”, pero que no protestó porque quien les influenciaba les recitaba al oído “toda la ciudad son casas y las casas casas son”.

En la imagen de 1990, arriba del todo, se recorta todavía la estructura de la caseta sobre la cual Mur anunció en 1900 sus “vinos y licores finos”.

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