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Concurso Relato imposible de Aragon Radio

RELATO IMPOSIBLE. El desafío literario de Escúchate, en Aragón Radio

(18º Relato imposible):

’San Lorenzo de Flumen’, ’Julio Iglesias’ y ’un koala’ son los tres conceptos ’imposibles’ que deben aparecer en el relato esta semana. El plazo para enviarlos termina a medianoche del 1 de julio. 

para crear un relato breve que, en ningún caso, podrá exceder las diez líneas.

Los textos deben remitirse a la dirección electrónica relatoimposible@aragonradio.es, indicando nombre del autor y un teléfono de contacto, por si resultara ganador.

 

Un aragonés en Japón, de Ángel Redolar (17º Relato imposible)

"El Camino todo lo permite, el caminar no", escribía despacio mientras esbozaba una sonrisa Chus, Maestro de Artes Marciales, en su Dojo de aquel pequeño pueblo de Okinawa. Amanecía... ¿Un aragonés en Japón? Era algo tan extraño, tan tan extraño como ver un piojo dentro de un biberón. Sus pequeños alumnos de ojos rasgados solían preguntar al Maestro por aquel territorio tan lejano, pleno de historias de reyes, de guerreros que lucharon cual samuráis por una Tierra llena de contrastes, de desiertos y flores de nieve, de montañas como el monte Fuji -les decía Chus-. Así es -afirmaba-: esa Tierra tan fantástica es Aragón. Allí nací, allí vuelo siempre con el pensamiento. Sus pequeños pueblos y aldeas me recuerdan cada día a vuestras minúsculas islas Ryukyu: con sus gentes, sus anhelos y sus sueños. Por las tardes, después de tomar el té caminaba adentrándose en aquel bosque de ciruelos blancos y crisantemos y pensaba: «La ciudad nos es para mí». En su memoria, distante, se reía en silencio su admirado paisano Paco Martínez Soria.

 

Una momia en el Pilar, de Juan José Sanz Rodríguez (16º Relato imposible)

No lo encontraréis en los anales de la prensa, ni en los registros de la policía, pero ocurrió una fría noche de finales de enero de 1958 en Zaragoza. Casi a las 3 de la madrugada aquel camión llegó a una de las puertas traseras del Pilar. El Padre Juan, Miguel el Sereno y dos operarios esperaban la llegada de una talla de madera de San Pablo. Descargado el bulto lo desenvolvieron y apareció algo con forma humana llena de viejas vendas y un cartelito en inglés que rezaba "Momia de Tutankamón. Museo Metropolitano. NY." Los operarios salieron despavoridos, el Padre Juan ora reza ora blasfema, Miguel se sentó en un poyo y solo el impávido conductor reaccionó. -El avión militar a Nueva York sale en dos horas.- Cargado el camión, partió raudo a Garrapinillos, pero a la altura del puente de hierro unascosquillas en la nariz forzaron un volantazo y la momia acabó desapareciendo Ebro abajo... Que ¿qué cargaron en el avión? Eso solo lo sabe mi abuelo que era quien conducía.


Las nuevas vecinas, de Margarita del Brezo (15º Relato imposible)

¿Que qué hacemos para mantenernos así de bien? Pues hombre, los avances en la medicina y la evolución de los cosméticos y la tecnología son importantes, claro que sí, aunque el verdadero truco para estar en forma a mi edad no es otro que comer sano. Y nada mejor que la dieta mediterránea. A estas alturas ya nadie lo duda. Por eso nos mudamos aquí. Bueno, para ser sincera primero fuimos a Italia, sin embargo, la gente resultó ser demasiado empalagosa, difícil de tragar, ¿sabe usted cómo le digo?; además tuvimos problemas con unromano que le dejó muy mal sabor de boca a la niña, así que nos vinimos a España y, después de un tiempo de prueba, hemos decidido establecernos definitivamente en este bello país. Me va a perdonar, pero es que ustedes, los españoles, están de «toma pan y moja». Pero pase, pase usted a la cocina sin miedo y siéntese. Mire, tenemos de todo para aliñar la ensalada al gusto: perejil, una maceta de albahaca, canela en polvo, una rama de laurel, cilantro, pimienta,... Y en su honor esta noche hemos preparado un paleontólogo de Dinópolis, un muchacho de lo más dulce y tierno y, como dicen ustedes, muy «salao». Vino a vernos ayer. Tenga cuidado que todavía quema.

 

Metamorgénesis de Alejandro Placek (14º Relato imposible)

Wendy se precipitó, exhausta, sobre la piscina.

¡¿Quién me mandaría zamparme aquellos huevecillos del estanque?! ...refunfuñó, mientras intentaba desplegar sus primorosas alas empapadas.

- ¡Mira, abuelito!...¡ Una mariposa ! -exclamó fascinada una pimpolla de penachos dorados.

El repiqueteo de un pizzicato de violín comenzó a crepitar majestuoso, armónico...

Wendy enderezó su testuz de pez betta blanco; jalonó la aleta caudal y alentada por aquellos sublimes acordes, esbozó una estela serpenteante e inició el vuelo.

La tortuga acechó, indolente, a la niña.

 

 

Los Jorges mileniales, de Javier Martínez Aznar (13º Relato imposible)

El pabellón de Zuera está repleto, no cabe un alfiler, Pepín Banzo está en el escenario y la gente abajo baila y canta. Se escucha alto y claro el estribillo "soy gaitero y soy aragonés, ¡de Estercuel! [...]" De repente, la luz se dispara y el público se protege de una lengua de fuego. Hay un dragón agarrado a los altavoces del pabellón, los utiliza como un trapecio. Todo el público escapa del pabellón, incluidos los diecisiete Jorges. El dragón guarda sus alas y su fuego para Georgia, esperaba más de los Jorges aragoneses.

 

Aventuras encadenadas, de Aliah Beik (12º Relato imposible)

Estaba en medio de una batalla pirata, en una playa del Caribe a las afueras de Tarazona. Él me animaba a saltar al barco enemigo, espada en mano, cuando se oyó un cañón demasiado cerca, y paramos de repente. 
Corrimos buscando un lugar seguro y algo de comer, mientras peligrosos animales alados nos acechaban y otro gran estruendo nos recordó que el tiempo se acababa. Era la clave, el gran aviso. Ya estábamos cerca, y se oyó otra campanada.

Llegamos a la puerta de casa justo a tiempo, en la quinta. Mi abuela me sirvió la merienda y mi abuelo, otra historia. Estábamos en el circo y yo era la trapecista que volaba de lado a lado, recogiendo las pelotas que me lanzaba una foca. Pero antes de mi actuación, salían a la pista en la mesa bailando, las fotos firmadas del Cordobés y de Lita Claver, la Maña, que con sus marcos hacían piruetas imposibles. Y cada tarde era una aventura.

 

Un delito menor, de María José Guillén (11º Relato imposible)

No era la primera vez que entraba en esa habitación. Pero sí de esa forma tan peculiar. Mis nervios estaban a flor de piel y esa lejana melodía de "La Macarena de Los del Río" en versión disco, colándose por la ventana entreabierta, incrementaba aún más mi estado de alerta. Con la linterna de mi teléfono móvil y con el mayor sigilo posible, busqué a tientas aquello por lo que llevaba suspirando tanto tiempo. Ni siquiera se habían tomado la molestia de ocultarlo. Debía tener cuidado, cualquier ruido podía desbaratar la operación. Se me ocurrió entonces que no había tomado ninguna precaución y que era aconsejable no dejar mi huella dactilar. Aunque pensé en buscar una solución, no podía perder el tiempo en ese detalle. El delito ya estaba cometido y no había vuelta atrás, solamente debía huir y buscar una coartada. Entonces oí sus pasos y busqué con qué defenderme, una sartén podría ser suficiente para protegerme, porque escapar no era posible. La puerta se abrió. Con la boca llena de tarta de chocolate, no me dio tiempo a explicar a mi abuela que no era lo que parecía.

 

La gran carrera, de Belen Gonzalvo (10º Relato imposible)

 Sí, lo recuerdo bien. Ella vino a recoger su violonchelo a la Escuela de Violeros de Zaragoza. El mástil del instrumento lo terminamos con una cabeza tallada en lugar de la tradicional voluta, tal y como se construían las violas de gamba en el pasado. Eligió la de un león por ser el símbolo de su ciudad y para recordar que en Singapur, conocida como la ciudad de los leones, sería su debut como solista. Pero cuando levantó la tela con la que estaba tapado ahogó un grito. Luego nos contó que la boca abierta del animal y el arco del instrumento a su lado, le trajeron a la memoria otra boca más grande y oscura persiguiéndole con una vara en la mano. Salió de allí a la misma velocidad que, de pequeña, alcanzaba delante del cabezudo que más temía: el Morico. Por eso siempre cuenta que su gran carrera musical comenzó aquí, en nuestro taller.

 

Últimas voluntades, de Javier Puchades (9º Relato imposible)

El día que murió mi Paquita fue contradictorio. Por un lado, muy triste, se había marchado la persona con la cual había compartido toda mi vida. Pero, por otro lado, al fin me podría deshacer de Pepe, su papagayo. El pajarraco del demonio cuando me veía me insultaba y decía: Paca, ya ha llegado el calzonazos. No lo podía soportar. En el funeral cumplí con sus últimas voluntades: flores rojas, misa cantada y enterrarla con su traje de novia. Esto fue lo más complicado, ya que habían pasado sesenta años y cincuenta kilos más. Pero, lo que nunca olvidaré es que, cuando el cura iba a dar la bendición final al féretro, desde su interior se escuchó: Paca, despierta, el calzonazos me ha encerrado aquí dentro y no puedo respirar.

 

MañoNasa, de Ramón Faro (8º Relato imposible)

 - ¡Lalfranca, tenemos un problema!
Era la llamada agónica que Pedro Marqués, astronauta en jefe de la Ebro XIII, emitía a la base de recogida de naves en peligro. 
-¡Jacinto está en muy malas condiciones, hay que abortar!
El astronauta, número dos, tenía un gran dolor en el bajo vientre y la cabeza espesa.
-¿Posible motivo?-preguntó control. 
-La ración deshidratada y contaminación acústica ambiental en la cápsula. 
-Especifique.
-Migas con chorizo y canciones de Manolo Escobar.
-Inicien la fase de aterrizaje inmediatamente. Siga instrucciones de coordenadas de emergencia.
- Oiga ¿Esos parámetros corresponden a los Monegros?
- Correcto. Balsa Salada, a pocos kilómetros de La Puebla de Alfindén.
-¡Anda! ¡Mi pueblo! Oiga, ¿Le importaría decirle a mi madre que me lleve un bocadillo...?

Una mancha color yema, de Beatriz Pascual (7º Relato imposible)

 Desde su privilegiada posición, el Emperador César Augusto llevaba mucho tiempo contemplando su ciudad. Aquel sábado celebraba 50 años de quietud en ese enclave y había decidido hacer algo grande. Ese día iba a dar el primer paso de su vida. Esperó a medianoche y, cuando la ciudad hervía de fiesta y bullicio, levantó un pie y saltó de su pedestal. Fue un pequeño paso para él pero asombrosamente grande para el resto. Todos le miraban y la expresión de sus caras pasaba de la sorpresa al desconcierto a la velocidad de un Ferrari. Cruzó la calle hasta la terraza del bar de enfrente y, sin proponérselo, la dejó vacía; mesas, sillas, comida, bebida y clientes volaban por todas partes. En la mesa de la esquina quedó intacto aquel plato negro con un huevo frito en el centro. Volvió a su pedestal y su cara de piedra parecía ablandada por un rictus de felicidad, huella indudable de un sueño cumplido. Desde su recuperada quietud, contempló en su capa una mancha color yema.

Descubridor de talentos, de Antonio Vila Bielsa (6º Relato imposible)

El acaudalado mecenas todavía se estaba preguntando cómo se había colado en su exclusivo despacho aquel individuo. Pero ahora no daba crédito a lo que estaba escuchando y, menos aún, a quien estaba escuchando.

- Que sea un filántropo no significa que sea idiota. Nadie va a creer que es usted el autor de este original texto. ¡Todo esto es absurdo!
- ¿Por qué no? Usted mismo reconoce su calidad. ¿Quién creía en Pedro Flores cuando apostó por algo tan inútil como un yoyó? ¿O en el doctor Spencer cuando por accidente descubrió el microondas? Sin embargo... ¡Triunfaron! 
- Mire, no quería decir esto, pero la cordura me obliga: Por el amor de Dios, señor Skipper, ¡qué es usted un pingüino!

Y a ti te encontré en la calle, de Margarita del Brezo (5º Relato imposible)

En el pueblo teníamos una radio local que emitía dos horas los martes y jueves y durante tiempo indefinido los fines de semana y fiestas de guardar. El locutor era el maestro, que detrás de los micros engominaba la voz para enseñarnos "el bello arte de hablar con corrección", como le gustaba decir a él. Solo al llegar la Navidad, se permitía intercalar villancicos entre las explicaciones de pleonasmos, versos sesquipedálicos y pretéritos imperfectos y pluscuamperfectos para ambientar los deseos subjuntivos tan propios de esta entrañable época. Pero hace tiempo que dejó de emitir. Yo acababa de cumplir siete años y ya escribía solo, y sin faltas de ortografía, la carta a los Reyes Magos. En ella pedía un traje de Spiderman para jugar con mis amigos Catwoman y Batman. Sin embargo, el traje nunca llegó: un hombre todo vestido de negro atracó la Cabalgata al grito de "EL BANDIDO CUCARACHA HA LLEGADO PARA SALVAROS". Lo detuvieron días después a punto de enterrar en un descampado un enorme cargamento de trajes de héroes de películas americanas, zapatillas de runner, tablas de skate, smart móviles y un sinfín de anglicismos más. Dicen los que lo vieron que, de camino a la comisaría, lo único que repetía era: "lengua madre no hay más que una".

Comando J, de Patricia Richmond (4º Relato imposible)

Salir de San Petersburgo no había sido fácil. Los registros e interrogatorios eran constantes y cualquier movimiento sospechoso podía echar por tierra nuestros planes. Era una misión peligrosa, pero saber que con esos papeles podía salvar del horror a miles de personas, me dio valor. Llegué a Moscú, tomé el Transiberiano y localicé al director de la banda. Estaba con sus hombres en el vagón restaurante, entonando soporíferas baladas militares. Nadie me vio birlarle el maletín que había olvidado en un rincón. Estaba cerrado con llave. En una mesa, una anciana despachaba su correspondencia. Le pedí prestado un abrecartas y forcé la cerradura para cambiar su contenido por los folios que iban a provocar una revolución. A medianoche mis páginas fueron repartidas entre sus hombres y, al llegar a Vladivostok, Aragón ya era la más famosa y la Jota de la Dolores, lo mejor del repertorio del aburrido Coro del Ejército Rojo.

La protagonista, de María Pilar Royo (3º Relato imposible)

La habitación de Rosalía en la Residencia Los Olivos está repleta de fotografías de actores famosos. Todos los que allí trabajamos, conocemos sus historias. Rosalía cuenta que fue actriz, que trabajó en Hollywood y que tuvo un romance con Humphrey Bogart, de quien, asegura, conserva su cepillo de dientes y una billetera pitillera. Nos cuenta de su amistad con Audrey Hepburn o Marilyn, con quien una vez tomó un batido en un centro comercial. Todos la escuchamos y asentimos, como si realmente la creyéramos. Pero la verdad es que Rosalía jamás salió de su pueblo, Torralba, donde, una vez, llegó un cine ambulante y proyectó Lo que el viento se llevó. En la fotografía que alguien le tomó, se ve a Rosalía de joven, con un vestido de flores, delante del cartel de la película, junto a Escarlata O’Hara bajo un cielo rojo. La foto descansa en la mesilla, junto al retrato de su difunto Anselmo, el único hombre que, de verdad, pudo darle un beso de película.

El secreto de Federico, de Ángel Saiz Mora (2º Relato imposible)

El empresario Federico Berriortúa es objeto de estudio en universidades y escuelas de negocios. Conseguía vender productos imposibles en lugares insospechados, como una remesa de calefactores eléctricos a una tribu de tuaregs en el desierto del Sáhara; o propagar la falsa existencia de un calamar gigante en un lago, para que creciese el turismo de curiosos en la zona. Sus dotes persuasivas se hicieron legendarias, tanto, que cuando una civilización extraterrestre amenazó a la Tierra le enviaron como mediador. Él se limitó a mostrarles un par de informativos. La pronta retirada de los alienígenas fue considerada una victoria y Berriortúa un héroe. Lo que nunca reveló es que los invasores comprendieron que nuestra especie es demasiado belicosa, que el coste de la conquista iba a ser muy alto para ellos, que van a volver cuando nos hayamos destruido solos.

Un relato imposible, de Javier Puchades (1º Relato imposible)

-Señoría, sé que lo que le voy a contar le parecerá increíble. Como ha dicho mi abogado en mi descargo, yo estaba muy perjudicado de calimochos. No fue muy adecuado entrar vestido de tuno en la Biblioteca de la Universidad, pero le juro que la pandereta se me resbaló de las manos sin querer. Tampoco fue muy apropiado llamar al sereno, a las 3 de la madrugada, para que me abriera la Puerta del Carmen, pero le prometo que mi mujer se llama igual. Ahora, no me pregunte cómo amanecí en la Plaza del Portillo, en pelota picada, haciendo el Superman con la capa de tuno, sobre el cañón de Agustina de Aragón. Señoría, para eso no tengo explicación. (Relato ganador el 1 de noviembre de 2017).

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