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21.2.2010 - LIGA 1ªDiv. 2009/10 - JORNADA Nº 23

21.2.2010 - LIGA 1ªDiv. 2009/10 - JORNADA Nº 23

 

21.2.2010 - LIGA 1ªDiv. 2009/10 - JORNADA Nº 23

Partido Nº 1857 del R.ZARAGOZA  en 1ª Div.

 REAL ZARAGOZA 1-3 SPORTING  

 

 

Zaragoza

1

 

 

3

Sporting

 

  13

Carrizo

  4

Contini

  12

Edmilson

  20

Babic

  14

Gabi

  17

Lafita

  21

Jarosik

  23

Ponzio

  10

Adrián Colunga

  18

Eliseu

  25

Suazo

 

 

  1

Juan Pablo

  2

Botía

  12

Grégory

  15

Canella

  5

Rivera

  6

Carmelo

  8

Lola

  11

Lora

  17

Diego Castro

  20

De las Cuevas

  9

Bilic

 

 

CAMBIOS

 

46'

Babic por Jorge López

68'

Eliseu por Arizmendi

68'

Edmilson por Pennant

 

 

59'

Carmelo por Luis Morán

73'

Lola por Matabuena

80'

De las Cuevas por Barral

 

 

ENTRENADORES

 

José Aurelio Gay

 

 

Manolo Preciado

 

 

GOLES

 

 88' 

1-2 Gol Arizmendi

 

 

 37' 

0-1 Gol Bilic

 62' 

0-2 Gol Luis Morán

 89' 

1-3 Gol Barral

 

 

TARJETAS

 

57' 

Jorge López Tarj. A

72' 

Jarosik Tarj. A

 

 

 

OTROS DATOS DE INTERÉS

 

1ª División

Estadio: La Romareda

21/02/2010 17:00

Arbitro: Turienzo Alvarez

Cuarto Arbitro: Santos Pargaña

Jueces de Línea:Egido Rozas , Gutiérrez Pérez

 

Regreso al pasado

 

Sin fútbol ni ideas claras, el Real Zaragoza cae en La Romareda ante el Sporting de Gijón (1-3). La fea forma del partido recordó un tiempo que se creía superado.

Partidos de esta textura se le habían visto anteriormente al Real Zaragoza, con antelación a la revolución operada durante el mercado de invierno. Por eso, de alguna manera, el conjunto aragonés vino a parecerse ayer a una antigua versión de sí mismo. Fue como si le hubiere llamado el pasado y esa llamada hubiese sido atendida, en lugar de haberla despejado sin contemplación alguna. El equipo de José Aurelio Gay no fue nadie ante el Sporting de Gijón, según no había sido nadie en otras fases del campeonato. Le faltaron muchos recursos para hacerse acreedor del triunfo, tantos que se levantaron fantasmas que se creían por completo desaparecidos del entorno zaragocista.

La afición de La Romareda se retiró del estadio metida en una mezcolanza de sensaciones, entre resignada y molesta, a la espera de que ésta sea una situación pasajera. Simplemente, ganó el mejor, como sucede las más de las veces. Mate Bilic, un ex zaragocista, abrió el camino del triunfo al rival cuando la primera parte se encaminaba hacia la conclusión. Su tanto fue el reflejo de lo que estaba sucediendo en el campo a la vista de cualquiera, del entendido y del profano: un claro dominio del Sporting de Gijón en buena parte de las facetas del juego. En realidad, en todo.

En esta ocasión, Suazo, Colunga y Contini no pudieron animar otra tendencia. Se perdieron en el laberinto. Tampoco Edmilson fue capaz de insuflar nuevas energías desde el puesto de mando. El campo se le hizo grande y propio motor se le quedó pequeño, bajo de potencia y revoluciones. Alguna pincelada suelta hizo recordar que estábamos ante un campeón del mundo. Pero no pasó de allí su intento de gobierno sobre el partido. El juego del centro del campo, donde un principio clásico del fútbol dice que se crea y se destruye, se hizo plano, previsible, insuficiente a todas luces.

Ayer, el balón se convirtió en un objeto incómodo, en algo molesto en los pies, con lo que no se sabía bien qué hacer. Para Babic, por ejemplo, adquirió la categoría de problema. Para Leo Ponzio, casi. El argentino siempre acertó y se equivocó en cada lance, como si estuviera en un juego de sumatorio cero. A Gabi, por su parte, se le nubló la vista siempre que avanzó con cierto peligro. Eliseu, desenvolviéndose con pierna cambiada o no, se negó a sí mismo. Arriba, sucedió algo similar. Suazo jugó la pelota de espaldas en numerosas ocasiones y las coloridas botas de Lafita se enredaron con ella con demasiada asiduidad. Así, en fútbol, es metafísicamente imposible hacer algo medianamente digno. Cualquier posibilidad queda aniquilada de raíz. Un futbolista sin un adecuado manejo del balón es un torero al otro lado del telón de acero. No hay nada de qué hablar con posterioridad. Queda inutilizado de principio cualquier planteamiento colectivo.

Gay y Nayim, que jugaron en un equipo que miraba al balón como a un aliado, y no como a un cuerpo sospechoso, entendieron enseguida el problema de fondo al que se enfrentaban. Como solución posible apostaron por introducir a Jorge López en el centro del campo, en lugar de Babic. Sin embargo, su pretensión no pasó de una declaración de buenas intenciones. Jorge López no pudo corregir los errores estructurales que se derivaban de debilidades puramente individuales en exceso extendidas. Además, hubo en el campo en la segunda mitad quien no comprendió nada, caso del inglés Pennant. Justo cuando se demandaba temple y poso, paciencia y elaboración, se desbocó por su banda y comenzó a lanzar balones al área sin que estos pudieran tomar sentido.

Fruto de la presencia de vectores opuestos en el interior del equipo, el Zaragoza no se enmendó. Al revés. Quedó expuesto a las salidas a la contra del Sporting, bien concebidas por sus defensas y centrocampistas. Su primer pase fue de libro. En una de esas proyecciones, Morán encontró la puerta de Carrizo. Llegó por su banda sin defensas ni adversidades que librar y cuando Carrizo debió ser el cerrojo definitivo a un disparo cruzado y de escaso ángulo, el guardameta argentino respondió con una intervención atípica. Morán marcó el segundo gol asturiano y el guardameta quedó definitivamente señalado por la hinchada local, cansada de ver en la portería yerros impensables. El debate sobre la portería ha quedado establecido por la pura fuerza de los hechos.

En el tramo final, Arizmendi acortó distancias en una jugada embarullada. Nada le costó a Barral llevar las cosas a donde estaban, a una cómoda ventaja de dos goles en La Romareda. Una sensación de hundimiento colectivo impregnó el estadio.

Es imposible formular alegaciones bien fundamentadas ante la victoria sportinguista. Resultó limpia, nítida, acorde con el argumentario expuesto por cada cual a lo largo del encuentro. El árbitro no influyó en el resultado y el azar no jugó con los contendientes. Cada uno tuvo lo suyo, en razón de los méritos contraídos. Incluso cabe afirmar que el Sporting pudo marcar algún tanto más. Sólo los errores en la definición le privaron de una gloria mayor. En La Romareda se comportó con un conjunto hecho, con un adecuado sentido de sus propias virtudes y de las debilidades del rival.

Manolo Preciado, entrenador del Sporting, un viejo zorro del fútbol, desnudó por completo al conjunto aragonés. La partida se la ganó en todos los frentes posibles: en los aspectos tácticos, en los estratégicos y en la conducción de los acontecimientos desde el banquillo. En Gay, un novato en Primera, no encontró oposición digna de mención. Ubicó mejor las piezas sobre el terreno de juego y las dirigió con mayor acierto aún. Faltaron tantas cosas en el fútbol aragonés que de nuevo se dibuja un horizonte de zozobra y temores. El problema no estuvo en el adversario, sino que se localizó en el seno interno. Si no se gana al Sporting en La Romareda...

El antibiótico perdió su efecto

 

El Sporting desnudó de nuevo al Real Zaragoza después del efecto placebo vivido en el equipo aragonés en las últimas tres semanas. El varapalo sufrido es un serio aviso de lo mucho que queda aún por sufrir

Tres partidos ha durado el periodo de mejoría del enfermo Real Zaragoza. Nada más. Ayer se acabó el viento de cola y volvieron las turbulencias. El positivo cambio de tendencia que experimentó el equipo blanquillo hace 20 días en Canarias, que tuvo continuidad en La Romareda frente al Sevilla y que prolongó su vigencia el otro día en Valladolid, se truncó de raíz en un penoso partido ante el Sporting, otro fiasco más en este calvario de temporada que está tocando vivir de nuevo al sufrido e inerme zaragocismo. 

El cuadro asturiano, con su fútbol alegre, académico y descarado, provocó que el efecto placebo que disfrutaba el zaragocismo desde el último día de enero se evaporase en un abrir y cerrar de ojos por pura incapacidad. Ayer, al abandonar el estadio municipal, la mayoría de los decepcionados zaragocistas se dieron cuenta de que el antibiótico aplicado por Agapito y sus ministros en el alborotado mercado invernal de fichajes ha perdido su efecto revulsivo. La medicina que revivió al moribundo hace tres semanas en Tenerife necesita una revisión de urgencia por parte de los médicos de cabecera. El tratamiento de choque aplicado, a base de muchos fichajes nuevos, mezclados con otra cantidad relevante de despidos que cambiaron la faz del grupo de forma radical, requiere de una drástica renovación de la medicación. 

Lo ocurrido ayer en La Romareda demostró que la excelente reacción que experimentó el Zaragoza en los tres partidos anteriores de la mano de los Contini, Suazo, Colunga, Jarosik, Eliseu, e incluso Edmilson, necesita de una modificación urgente en las dosis y las fórmulas farmacológicas que Gay -y sus consejeros de los despachos nobles- han de suministrar a este heterogéneo e inconexo plantel. A nadie debe extrañar que estas sean sus nuevas señas de identidad, ya que todo lo que está ocurriendo en este vestuario desde hace cuatro o cinco semanas es fruto de su forzada y urgente mutación. Como se ha advertido desde el inicio de la metamorfosis ordenada por Agapito y ejecutada por sus piezas de confianza en un mes frenético -enero-, el Real Zaragoza vive una pretemporada con partidos de verdad, nada que ver con los amistosos estivales utilizados para cohesionar los nuevos equipos cuando las cosas se hacen en tiempo y forma, en su momento natural. No contra la lógica, apresurada y desesperadamente, tal y como lo ha debido hacer la regencia zaragocista por culpa de sus mayúsculos errores del pasado reciente y que, obviamente, aún está purgando (y lo deberá hacer hasta que la Liga acabe, ya sea con un final feliz o con un epílogo catastrófico). 

El Sporting puso en evidencia las enormes carencias que sigue teniendo el actual Real Zaragoza. Le metió tres como le pudo haber endosado seis. Al contragolpe, los gijoneses mataron a un equipo acartonado, sin capacidad de reacción ante las dificultades, sin cintura para cambiar sobre la marcha los defectos que el propio juego y las virtudes del adversario fueron sacando a relucir con el paso de los minutos.

Se sufrirá hasta el último día

Los tres partidos previos, los del efecto placebo surgido entre los más proclives a aferrarse a un clavo ardiendo cuando Agapito, Herrera y compañía están de por medio, habían concluido con 7 puntos de 9 en las alforjas blanquillas. El antibiótico Contini, la penicilina Suazo, la terramicina Colunga -entre otras sustancias- hicieron reaccionar al muerto en tres semanas de esperanza. Pero, como advirtió después del partido el entrenador del Sporting, Manolo Preciado, ningún equipo gana de forma perenne, como tampoco ocurre en sentido contrario. Las rachas se truncan cuando menos se espera y, si se trata de un equipo ubicado en la cola, lleno de dificultades de largo recorrido, los riesgos son mayores por puro sentido común. Si alguien considera todavía que los Contini, Suazo, Colunga, Jarosik, Eliseu o Edmilson, por sí solos y por arte de magia, van a sujetar permanentemente las victorias y los empates del Zaragoza, es que vive en la paranoia. Éstos, los nuevos, deberán de casar cuanto antes con los veteranos. Y, por ahora, hay muchas lagunas en ese propósito. Miles. 

Otro efecto clásico en este tipo de dolencias deportivas y morales que padece el Zaragoza de este año es el gaseoso, el efervescente en los recién llegados. Uno o dos buenos partidos tras el debut, derivados de sus ganas de agradar, de su hambre por triunfar en nueva plaza. Ha pasado siempre y seguirá sucediendo. Pero es necesario saber que, tras esos inicios fulgurantes en muchos refuerzos de nuevo cuño, existe el riesgo de depresión individual, de caer fagocitados por las malas vibraciones de un entorno malévolo de imposible control. 

Ayer, Gay y Nayim se volvieron locos en la banda. Abroncaron como nunca a jugadores como Pennant, Ponzio, López y, sobre todo, Arizmendi (mal rollo se vio en este caso concreto). Nadie respondió a lo programado y el retroceso fue palpable. Vuelven los nervios, los reproches, el vértigo. Realmente, es que no se habían ido nunca.

 

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